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SON CANÍBALES INCLUSO CON SUS FAMILIARES

Esto no es un cangrejo ermitaño: es el Hannibal Lecter de los mares

Algunas clases de cangrejos ermitaños son caníbales. Pero es que, además de eso, se lanzan sin pudor a comerse hasta a sus parientes cuando mueren. Eso sí, lo hacen de forma algo más recatada.

Cangrejo ermitaño de la especie Clibanarius digueti

Cangrejo ermitaño de la especie Clibanarius digueti Wikipedia

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Del Hannibal Lecter de las novelas quizá asustaba su fría inteligencia, y de su magistral adaptación al cine esa mirada hambrienta de Anthony Hopkins en un papel que le perseguirá para el resto de su vida. Pero no hace falta ser extremadamente inteligente ni tener una mirada tan terrorífica como esa para dar miedo: con ser caníbal ya va bien la cosa.

Aunque entre humanos es una práctica poco común (además de perseguida y censurada), es frecuente encontrar comportamientos caníbales en distintas especies de animales. Y en una de ellas, la de los cangrejos ermitaños, la cosa se vuelve hasta sádica: no es que se coman a los muertos, es que lo hacen aunque sean familiares y entre un jolgorio indisimulado.

Es una de las conclusiones a las que llegó Mark Tran, un zoólogo de la Universidad de Michigan, tras analizar en el laboratorio a un par de especies, Clibanarius digueti (arriba en la imagen) y Paguristes perrieri. En su investigación, publicada en el Journal of Experimental Marine Biology and Ecology, Le llamó la atención no ya que se comieran a otros cangrejos muertos, sino que lo hicieran también con sus semejantes, miembros de su propio grupo (los cangrejos de este tipo suelen vivir en comunidades numerosas) y sin aparente miedo ante el 'olor' de la muerte.

Porque claro, allí donde hay un muerto es normalmente porque alguien le ha matado. Y para un depredador suficientemente inteligente, matar a un cangrejo y esperar a sus temerarios semejantes podría ser una estupenda técnica de caza. Ya decíamos que lo de la inteligencia no era obligatorio.

Lo que descubrió tras asesinar a un par de ejemplares y lanzarlos a las peceras fue que se los comieron sin miramientos. Es más, según los cuerpos tocaban el agua y captaban la comida, se excitaban. Como si acabaran de poner la mesa para comer. La única diferencia que encontró es que cuando el ejemplar sacrificado era de la misma especie o grupo que el alegre caníbal dedicaban menos tiempo a comérselo que cuando era un 'extraño', del que casi no dejaban rastro.

Durante su investigación sólo un cangrejo rechazó la comida y se recluyó en su caparazón, pero según Tran no sería por miedo ante un posible depredador cercano que hubiera matado al pobre cangrejo, sino porque estuviera saciado o sencillamente asustado. En el resto de casos, sin excepción, el 'olor' a muerto no se interpretó como una señal de alarma, sino como una invitación a un banquete. Con amigos así, quién quiere enemigos.

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