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El sobrepeso y la obesidad ya afectan a uno de cada tres adultos en el mundo. En los últimos treinta años, el número de personas afectadas por el fenómeno ha crecido un 34%. La sorpresa es que a medida que los países en desarrollo han ido incrementando su nivel de ingresos, “lo que una vez se consideró una carga para los países ricos, ahora se está convirtiendo en un problema mundial”.

Así se refiere al sobrepeso y la obesidad el Instituto para el Desarrollo de Ultramar (ODI en sus siglas en inglés) en su último informe, publicado a principios de mes. En el documento, el think tank británico, dedicado a promover la reducción de la pobreza en los países en desarrollo, calcula que el número de personas con sobrepeso en estas regiones se ha casi cuadruplicado, pasando de 250 millones a 904 millones de personas entre 1980 y 2008, superando a los países ricos, donde el fenómeno ha crecido de 321 millones de personas a 557 millones, 1,7 veces durante el mismo periodo.

“Las dietas están cambiando a medida que aumenta el nivel de ingresos en los países en desarrollo, con un marcado cambio en el consumo de cereales y tubérculos hacia más grasas y azúcares”, analiza el organismo en su estudio 'Las dietas en el futuro: implicaciones en la agricultura y los precios de los alimentos'. Este cambio de hábitos, que se traduce sobre todo en un mayor consumo de carne, supondrá más un problema para los sistemas de salud pública que para la agricultura, en base al consenso científico sobre el impacto del sobrepeso y la obesidad en el aumento de enfermedades como el cáncer, las afecciones cardiovasculares o la diabetes. “Lo único que ha cambiado en estos años es que la mayoría de la gente que tiene sobrepeso se encuentra en los países en desarrollo en lugar de en aquellos con más ingresos”.

En su informe, el think tank lamenta que los ricos no ofrezcan un espejo donde puedan mirarse aquellos con menos ingresos para atajar el problema. Aunque en la OCDE, el club de los 30 países más ricos del mundo, se hayan publicado cientos de informes sobre la contribución del excesivo consumo de sal, grasa y azúcares a problemas de salud, “las políticas sobre alimentación han sido tan tímidas hasta ahora que sencillamente no sabemos cuál sería el alcance de un impulso determinado para reducir el consumo de calorías en estos países”.

A los expertos del Overseas Development Institute les resulta paradójica esta falta de voluntad política en comparación con el ingente y mediático esfuerzo para limitar el consumo de tabaco. “La misma combinación de regulación e impuestos sería efectiva en una política sobre la dieta, pero resultaría menos sabrosa para el público y los políticos”, concluyen con sorna sus autores. Aunque los hábitos de alimentación son más complejos que el tabaco, reconocen estos expertos, “los gobiernos pueden optar por medidas combinadas para lograr la aceptación del público. Algo tiene que hacerse para contener los costes del sistema de salud”.

Para este organismo, el espejo no es Occidente, donde Estados Unidos sigue siendo el país con más personas obesas del mundo, sino Corea del Sur. El esfuerzo del país asiático por poner en marcha campañas a favor de una dieta saludable ha hecho que los surcoreanos hayan incrementado el consumo de frutas un 300% y de verduras un 10% entre 1990 y 2008.

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