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LOS QUE SE RECONOCEN CULPABLES PREFIEREN MORIR CARGADOS DE CALORIAS

Los inocentes no piden hamburguesa en el patíbulo

La última cena que solicitan los condenados a muerte es distinta según si reconocen su culpa o se declaran inocentes hasta el final.

Sala de ejecución de la prisión de San Quintín

Sala de ejecución de la prisión de San Quintín CACorrections

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Desde hace años, las autoridades de algunos estados de EEUU hacen públicas las cenas que, como última voluntad, se les concede a los condenados a la pena capital en su última noche en el corredor de la muerte. Algunos con un presupuesto limitado y otros más generoso, los reos pueden elegir lo que se les antoje para su última comida vivos. Hamburguesas, pollo frito, tacos… en la mayoría de los casos optan por grandes cantidades de comida basura. Salvo si se consideran injustamente castigados.

Los ajusticiados que se proclaman inocentes hasta el día de su muerte tienden a pedir últimas cenas más frugales y sencillas, e incluso declinan recibir esa última medida de gracia. Es la conclusión a la que han llegado unos investigadores de la Universidad Cornell de Nueva York que llevan años estudiando estos registros de comidas para, según dicen, mostrar “el surrealismo de las ejecuciones contemporáneas”.

Generalmente, esos archivos sobre el último antojo de los reos vienen acompañados por registros de las últimas palabras de los ejecutados antes de que les ejecuten, en las que suelen pedir perdón por el delito que cometieron, reconocer su culpa, arrepentirse ante Dios o las víctimas por sus crímenes… o proclamar su inocencia, denunciando la injusticia que se va a cometer al acabar con sus vidas.

A partir de ahí, los investigadores cruzaron estas declaraciones públicas de inocencia o culpabilidad y las cruzaron con el tipo de peticiones que realizaron para la última cena. El análisis mostró que los condenados que niegan su culpabilidad rechazan la oferta de una última comilona el triple de veces que los que aceptaron su responsabilidad: sencillamente, no piden nada. Los que admiten su crimen, además, piden comidas con un 34% más de carga calórica que los supuestos inocentes que sí pidieron algo: mucha más cantidad y más rica en fritos, salsas, dulces...

Mientras que los culpables pidieron unas 2.800 calorías de media en sus menús, la última cena de los autoproclamados inocentes rondaba las 2.000 calorías de media.

Por un lado, se puede llegar a la conclusión de que los presos que se saben culpables tienen más motivos para estar en disposición de pegarse un atracón que quienes viven con el convencimiento de que les matarán por un delito que no han cometido. Pero los investigadores indican que se trata de una forma de protesta ya que se trata de “uno de los pocos canales de comunicación que han existido tradicionalmente para las personas que enfrentan la ejecución”, según explican los expertos en ciencias del comportamiento Kevin Kniffin y Brian Wansink en las conclusiones de su estudio, publicado en Laws.

En estudios previos, los mismos investigadores habían descubierto que las peticiones de estos reos, a pesar del tópico, están lejos de cenas lujosas con marisco o filetes de carne carísima. Por norma general, preferían comida basura, pero platos que les proporcionaran el “confort de lo familiar”, en palabras de los investigadores: las hamburguesas, sandwiches y todo tipo de fritos que formaban parte de su día a día antes de ir a prisión.

Por eso, concretan que quieren tal o cual hamburguesa de determinado restaurante de comida rápida (McDonalds, KFC, Wendy’s…) con el helado de la marca X. No les vale cualquier cosa: en 1995, el reo Thomas Grasso dedicó sus últimas palabras en este mundo a quejarse del menú: “No me dieron SpaghettiOs [una marca de pasta], me pusieron espaguetis normales. Quiero que la prensa lo sepa”.

En casos normales (los que reivindican su inocencia en sus últimas palabras sólo representan el 10%) los presos piden grandes cantidades de comida: de media, los ejecutados pidieron cenas que superaban con mucho lo que necesita un adulto normal a lo largo de un día entero (2.700 calorías). En Texas, donde todo es más grande, la media rondaba las 4.000 calorías.

Eso sí, las prisiones no trasladan información acerca de lo que realmente comieron los ejecutados: puede que pidieran comidas opíparas y que la bandeja volviera sin tocarse a la cocina. “Es probable que no comieran nada”, asegura Kniffin.

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