La ruptura pública de Rauw Alejandro y Rosalía ha sido como un tsunami postelectoral. Una vez aceptada la relativa alegría de frenar al fascismo ha llegado la profunda decepción que supone aceptar que, cómo no podía ser de otra manera, el amor se acaba. No deja de ser curioso que una historia individual entre dos personas se viva románticamente de manera colectiva, cómo somos capaces de proyectarnos en la vida de los demás, de sentir que lo que le sucede a alguien que no conocemos (ni que nos conoce) sucede también en nuestras existencias. Tal es así que estos días leemos afirmaciones como que "ya es imposible creer en el amor" o "si esto le sucede a Rosalía, qué me espera a mí".

Es sorprendente que la gente no piense que las cosas se terminan cuando es la única certeza de la vida. Evidentemente nadie quiere comenzar algo sabiendo que tendrá un fin pero es imposible negar que lo tendrá. Ser consciente de ello no te convierte en un aguafiestas, tampoco en un descreído, no es que no tengas fe, simplemente te hace ser realista. Se puede disfrutar de las cosas siendo realista, de hecho, quizás solo siéndolo es cuando puedes disfrutar de verdad de algo, dándole el valor que tiene, porque saber que no es infinito y que puede que no se repita.

Al parecer nadie se esperaba que una pareja rompiera cuando lo inusual es no romper, cuando todos los días se separan las personas por, básicamente, tres motivos: por aburrimiento, por una traición o por una imposibilidad material. Es en esa imposibilidad material donde surgen los mayores problemas. Ese espacio que tiene que ver con el "quiero" pero no "puede ser". Y es también curioso que nos identifiquemos con la historia de amor de dos personas que tienen lo material resulto. Tal y como hablaba con mi amiga Tere la cual decía con muchísima razón: "Vivir el amor es mucho más fácil cuando no tienes que preocuparte por el dinero".

Y así es, en realidad usamos como símbolo del amor una situación excepcional que no vive casi nadie que es la de la tranquilidad absoluta de que el dinero no va a ser un problema. No pensar en él. Porque si hay algo que fisura el romanticismo es no poder compartir el mundo porque se vive en mundos distintos. Cuando no puedes irte de vacaciones porque el otro no puede, cuando no puedes ir a ver a quien amas porque ir supone un gasto, porque cuando estás contando los céntimos es más complicada la magia, porque por mucho que lo neguemos hacer un bizcochito para ser el bizcochito de alguien, cuesta dinero.

No hay nada más democrático que un duelo, es algo que nos iguala, que nos coloca en el lugar de los que han perdido. Incluso aquellos que parecen tenerlo todo, fama, belleza, poder, alguna vez pierden. Así que tal y como están las cosas, y pareciendo inevitables las rupturas, lo único que podemos hacer y lo único sobre lo que podemos tener control es sobre cómo dejamos aquello que hemos amado. Ahí sí tenemos margen de decisión: en el relato. En cómo queremos recordar al otro, en qué lugar queremos dejar para lo que hemos vivido, en el amor después del amor. Dejar que se termine todo cuando se termina el amor es renunciar a un sitio incluso mejor que el de la pareja y que no es otro que el de la amistad. La determinación, el esfuerzo, de sobreponerte a la decepción amorosa y apostar por el hecho de que no está sencillo encontrar a gente que te conozca tanto, que te haya acompañado tanto, como para que desaparezcan de tu vida sin más