Después de semanas de delirio colectivo, de teorías de la conspiración, de memes infinitos sobre el paradero de la princesa de Gales, Kate Middleton ha dicho que el motivo de su 'desaparición' es que tiene cáncer y que necesitaba tiempo para asimilarlo y, sobre todo, para decírselo a sus tres hijos de diez, ocho y cinco años de edad.

Tiempo, justo lo que nadie le ha concedido, pues la urgencia por saber de ella, la necesidad imperiosa de que se nos informara a los demás sobre qué le sucedía y en ausencia de información llenarlo todo con fantasías sobre operaciones de estética que salen mal o infidelidades, la ha llevado a un callejón sin salida en el que ha sido obligada a decirlo cuando la gente quería y no cuando ella deseaba.

Incluso hubiera estado en su derecho de no hacerlo público, de no compartirlo, de vivirlo en su intimidad y con sus personas allegadas. Kate se ha visto forzada a tener que dar explicaciones de su enfermedad como si hubiera cometido un crimen de Estado.

Ayer muchas personas se avergonzaban y se lamentaban de lo insidiosas que habían sido con la ausencia de Kate. Se sentían culpables. Normal. Porque lo que se ha producido es proceso de deshumanización en el que 'el otro' no es 'alguien' sino una excusa para reírme en Internet, un juego, un 'true crime', algo con lo que demostrar mi suspicacia, con lo que hacerme el listo, con lo que poder sospechar hasta el infinito, algo con lo que entretenerme.

Por muy famosas o muy ricas o muy princesas que sean las personas, estas no nos deben nada, no nos pertenecen yno podemos exigirles que aparezcan porque estamos aburridos, porque necesitamos que alguien sacie nuestra curiosidad o porque sentimos que como les prestamos nuestra atención entonces su contraprestación es la de informarnos.

Tal vez, aunque no conozcamos a las personas, deberíamos respetar su silencio. Nunca sabemos por lo que están pasando los demás. No sabemos qué les atraviesa o cuáles son sus miedos. Propiciar un mundo en el que la gente cuente lo que quiera contar cuando quiera contarlo, si es que quiere hacerlo, es propiciar un mundo con más cuidado. Es hacer un lugar en el que nuestra libertad de preguntar tenga un límite y que sea el de cómo tratamos a los demás.

Kate Middleton no estaba engañando a nadie, tenía miedo, como todos y todas tenemos.