Hace poco, el PSOE celebró su 40º congreso. De sus jornadas cabe destacar la foto donde Pedro Sánchez se abraza con Felipe González, una imagen cuyo significado ha marcado la agenda política de los últimos días.

Se ha hablado mucho del abrazo, como si de un nuevo abrazo de Vergara se tratase, pero nada que ver con lo del tratado de Oñate que puso fin a la primera guerra Carlista. Porque la carga conceptual de la foto que atrapa el momento del abrazo entre Sánchez y González, va más allá del saludo entre dos hombres de Estado, por ser el principio del fin de muchas cosas, entre ellas la tirantez entre ambos hombres de Estado, pero, sobre todo lo demás, porque dicha foto supone la reafirmación de que a Pedro Sánchez le gustaría llegar a ser como Felipe González, y de que a Felipe González le gustaría seguir gobernando.

Lo que sucede es que en 1996, Felipe González perdió las elecciones generales, o mejor dicho, entregó el gobierno a las políticas "retro" de Aznar y su troupe, dejándose llevar por el proceso histórico que exigía un nuevo rumbo más a la derecha. Ese fue el verdadero cambio, el de la pana por el bigote. A partir de entonces, las cosas empezaron a ponerse feas y el Estado de bienestar fue adelgazando, culpa de las privatizaciones, hasta quedar anoréxico.

Poco antes de que el PSOE entregara el testigo al PP, el escritor Manuel Vázquez Montalbán publicó un ensayo titulado 'Un polaco en la Corte del Rey Juan Carlos', un recorrido por el paisanaje de la España de entonces que, harta de corruptelas votaría en contra del PSOE, abriendo así la etapa bipartidista que se rompería con el efecto del 15M y con la llegada a las instituciones del político más singular que ha tenido este país desde la guerra civil. Sí, me refiero a Pablo Iglesias; un profesor de Ciencias Políticas que vino a desbarajustar el bipartidismo a golpe de verdades lanzadas con la contundencia de un fajador que combina el golpe al bazo con el golpe al hígado. La nostalgia y la bilis, provocadas en cada ataque de Iglesias, fueron apartando hasta las cuerdas a un Felipe González cada vez más noqueado mientras Pedro Sánchez sonreía.

Pero aquel combate ya es historia, y hoy tenemos a un PSOE con añoranza del bipartidismo por el cual seguía siendo una de las dos organizaciones dinásticas que se alternaban en el gobierno de nuestro país. Y el abrazo de marras trae hasta el presente el aroma de aquellos tiempos en los que el Régimen del 78 aún no se había puesto en entredicho; tiempos en los que el PSOE aún no había perdido su hegemonía, y se dedicaba a gobernar haciéndonos creer que sus medidas tenían más de izquierdas que de derechas, aunque esto no fuera así.

Estos días hemos visto que el PSOE de Felipe González vuelve a la carga antes de que Yolanda Díaz suba al ring a reemplazar a Iglesias. La derogación de la Reforma Laboral -reforma que regaló Zapatero al PP antes de entregarle el gobierno– y la injerencia del poder judicial en el Congreso, condenando sin pruebas a Alberto Rodríguez, están sirviendo para desgastar a Unidas Podemos como socio del gobierno. La finalidad es ponerlos contra las cuerdas a base de golpes bajos y otras triquiñuelas, para que tiren la toalla y vuelva de nuevo el bipartidismo a gobernar nuestros destinos. Lástima que ya no esté Vázquez Montalbán para hacer la crónica de este combate donde el pueblo va a pagar el espectáculo. Lástima.