Andrés Trapiello es un habitual de la Cuesta de Moyano, donde las casetas de libros. En cierta ocasión, siguiendo las mañas cervantinas de revolver viejos papeles, dio con unos documentos que, con el tiempo, se convertirían en un jugoso libro titulado La noche de los Cuatro Caminos, y que hace poco se reeditó con todo lujo de detalles bajo el título Madrid 1945 (Destino).
Se trata de la reconstrucción de un suceso ocurrido en el Madrid de la posguerra, cuando tuvo lugar el asalto al cuartel de Falange de Cuatro Caminos, situado en la calle Ávila; una historia que a mí me pilla cerca por haber nacido y crecido en ese mismo barrio. Mis mayores, represaliados de la guerra civil, hablaban de aquello en voz baja y yo, cuando empecé a salir y a fumar mis primeros pitillos, me colaba en aquel hotelito donde cayeron a balazos dos falangistas por boca de las pistolas de un comando rojo que se había citado en la misma taberna donde yo quedaba con mis amigos para tomar botellines de Skol, a ocho pesetas.
Porque la sede de Falange donde ocurrieron los hechos era un hotelito de los de antes; dos plantas -el bajo y la de arriba- con escaleras por fuera, barandilla herrumbrosa y un melocotonero seco en un jardín que hacía las veces de patio. Había algunos hotelitos más en ese plan, pegados los unos a los otros formando una fila que llegaba hasta la esquina con Lérida, una calle ciega donde por aquel tiempo, en 1945, ponían atracciones de feria; unas barcas voladoras que eran una especie de tiovivo de la época. Mi abuela me lo contaba.
Pero cuando empecé a salir, a fumar a escondidas y a tomar botellines a ocho pesetas, todo aquello quedaba muy lejos y lo único que me interesaba era tener viruta para pillarme una Fender Stratocaster y masturbarla con rabia al más puro estilo Jimi Hendrix; cosas.
Y quedábamos en aquél mismo bar donde cuarenta años antes habían estado los del comando comunista para organizarse y liarse a tiros con los falangistas. Después de los botellines nos íbamos a echar un cigarro al patio, donde el melocotonero, y luego subíamos a la escalera. Desde el descansillo pispeábamos a las chicas que entraban en la discoteca de al lado, otro hotelito que lucía un neón color verde con el nombre de Regaderas, creo recordar.
Eran los años ochenta y todavía era posible que se nos aparecieran los fantasmas enterrados bajo los cimientos de aquel lugar tan sórdido y macabro. Porque, antes de ser sede de la Falange, fue checa comunista. En el sótano se llevaban a cabo juicios sumarísimos que siempre concluían de la misma manera: con la vida del condenado. Un aire siniestro envolvía el lugar aquél, un hotelito oscurecido por el abandono, una casa vieja y de ventanas desvencijadas que el viento hace batir en mis peores pesadillas.
Pero no vine aquí a hablar de mí, sino del libro de Trapiello, un trabajo donde podemos encontrar una montonera de pistas, material bibliográfico donde curiosear y sumergirnos en el Madrid de posguerra. Entre otros muchos hallazgos, me ha llamado la atención el informe del Foreign Office que viene al dedo con lo que está ocurriendo ahora mismo en este país de pandereta. Los británicos de entonces nos tenían calados. Según dicho informe – enero 1945- y respecto a los exiliados españoles en Londres, se escribió lo siguiente: "En conjunto, creo que podemos dejar que estos exiliados españoles se peleen entre ellos. La principal fortaleza de Franco reside en las irresolubles luchas existentes en el seno de su oposición. Aunque uno abomine de Franco sinceramente, no puede sino despreciar a estos carreristas exiliados que no saben unirse ni siquiera en la oposición".
En estos días lo estamos viviendo. Somos el país de las dos Españas, y de las dos derechas; una de ellas -mal llamada izquierda- acaba de regalar el gobierno a la derechona carpetovetónica de toda la vida por obra y gracia -desgracia diría yo- de unos fulanos mediocres, randas con aspiraciones burguesas; carreristas y puteros que han conseguido el triunfo del oponente haciendo lo que mejor saben hacer, corromper todo lo que tocan.
Para entender lo que está sucediendo hay que remontarse a nuestros años más oscuros, hay que revolver papeles, gastar la vista en lecturas que nos llenen de dudas y, sobre todo, estar abiertos a cambiar de opinión siempre y cuando se nos muestren argumentos suficientes para ello.