Estados Unidos es un imperio en fase terminal. De eso no hay duda, aunque las noticias maquillen la realidad para hacernos creer lo contrario.

Los distintos presidentes gubernamentales que, desde la época de la Guerra Fría, han intentado apuntalar la hegemonía yanqui en el mundo han sido, y son, el reflejo de una sociedad desesperada y enferma donde la violencia es fundamento. Por ello, lo de Estados Unidos siempre ha sido una vergüenza aunque nos quieran presentar su violencia como una tragedia perfectamente orquestada por otros.

El sistema que Estados Unidos exporta a lo largo y ancho del planeta despoja al ser humano de dignidad y de cualquier posibilidad de romper sus cadenas, haciéndolo esclavo del consumo y de las relaciones falsificadas con el prójimo. En momentos así, como el que estamos viviendo, sería necesaria una aristocracia del pensamiento que ocupase cargos institucionales en el imperio. Con estas cosas, me viene a la memoria Hunter. S. Thompson, el periodista que fue un género en sí mismo: Gonzo.

Desde la primera persona tejió crónicas y reportajes mostrando la otra cara de la realidad. Involucrándose como un actor más, escribió sobre la violencia y las drogas con la soltura del que no se asombra ante la complejidad del ser humano. Cuentan que era violento hasta para dedicar sus libros. Los lanzaba al aire, sacaba su revólver y los disparaba. ¡Bang!

En noviembre 1970, Hunter S. Thompson se presentó a las elecciones del condado de Pitkin, en Colorado, para postularse como candidato a sheriff. En su programa electoral hablaba de legalización de marihuana, de los abusos ecológicos, de la especulación inmobiliaria y de cómo el mal uso de la tecnología estaba deshumanizando al mundo. Había ganas de cambiar el mundo y Hunter S. Thompson se quedó en el umbral del cargo por pocos votos. Tal vez, si hubiese hecho uso de su revólver hubiera conseguido alcanzar su sitio en la política institucional yanqui. Tal vez. Porque eso allí vende mucho.

Por si quedasen dudas acerca del personaje, recomiendo desde aquí su libro de entrevistas publicado por Sexto Piso, así como uno de los últimos trabajos aparecidos en castellano en la misma editorial, y que se titula 'La maldición de Lono'; un reportaje vertiginoso que Thompson se marcó en 1980, cuando cubrió la maratón de Honolulu. Se trata de un trabajo delirante donde la mitología va a trenzarse con el viento y la locura.

Leyendo sus páginas podemos trazar un paralelismo entre las creencias de las antiguas culturas y el presente de los Estados Unidos, un imperio que está llegando a su fin y sobre el que pesa la maldición de todos los cadáveres que ha ido amontonando a lo largo de su violenta historia. Porque Estados Unidos ha ido dejando la etiqueta 'Made in USA' en cada país devastado por los conflictos bélicos que él mismo ha originado. No hay rincón donde la sangre no haya teñido las banderas de las barras y estrellas que los Estados Unidos ha ido pinchando como arpones sobre la vieja piel de la guerra.

Estados Unidos no puede ser tomado como modelo a seguir. En todo caso, si ha de ser tomado como modelo de algo, sería como modelo a no imitar. La violencia arraigada en todo el país podría cristalizar en una guerra civil que ya tuvo su primer aviso cuando el carnaval trumpista asaltó el Capitolio. Si esto ocurre, si el conflicto civil se desencadena en breve, salvaría al mundo de una Tercera Guerra Mundial.

Resulta triste que haya que desear una guerra civil para salvar el mundo de un conflicto que puede ser el fin de la humanidad. Tan triste como desear que gane Macron las elecciones presidenciales del país vecino frente a la derecha en su dimensión extrema representada por Le Pen. Pero así nos viene el mundo.