Con lo de las filtraciones de los wasap de Sánchez o como se diga eso, las armas de distracción masiva han entrado en proceso. Y la gente no habla de otra cosa que de las gachises del Ábalos y de lo sinvergüenzas y golfos que son nuestros políticos. Mientras tanto, nos la meten doblada por el lado que más duele, quiero decir por el bolsillo. Y si no, miren ustedes el precio que van poniendo a las cosas del día a día.

Se trata de una manera sutil de explotarnos. Porque, si antes teníamos que trabajar dos horas, ahora tenemos que trabajar por cuatro para comprar lo mismo. La plusvalía aumenta la cuenta del Capital con el beneplácito de un Gobierno que se dice de izquierdas y aquí todo el mundo tan contento; por lo menos no gobierna la derecha. "País", que diría el Forges.

Pero no quiero salirme de madre, iba diciendo que lo de los mensajes de Sánchez a Ábalos tiene su pieza; en uno de ellos, va Sánchez y en un alarde de erudición habla de la "navaja de Hitchens". Para quien no lo sepa, el utensilio hace referencia a Christopher Hitchens, intelectual y borracho británico que siempre estuvo peleándose con Dios y que nunca perdió un debate, o eso dicen, hasta que llegó la guerra de Irak y la navaja no se le abrió. Se equivocó de enemigos y, con ello, sus argumentos quedaron anémicos. Se alineó con Bush, con Blair y con Aznar. Fue su epitafio.

Pero vayamos partes, como si estuviéramos construyendo el monstruo al que hacemos alusión en el título. En primer lugar, lo que viene a decir la navaja de Hitchens es que, en una polémica dialéctica, quien debe probar un determinado hecho es la persona que realiza la afirmación y no el que la niega. Por ejemplo, ante la afirmación de que Dios existe, la persona que realiza tal afirmación es quien ha de argumentar la existencia de Dios y no el que la niega. Aclarado esto, ahora viene lo de Irak, pues hay una novela que a Hitchens no le dio tiempo a leer; se publicó después de su muerte ocurrida en 2011. La citada novela se titula Frankenstein en Bagdad y viene firmada por Ahmed Saadawi.

En ella nos cuenta el día a día, la supervivencia de unos personajes marcados por una guerra que ha dejado su barrio en ruinas. Para hacernos el cuadro, estamos en las calles de Bagdad, a comienzos del siglo XXI tras la caída de Sadam, con los yankis convirtiendo aquello en un basurero, los Al Qaeda poniendo bombas en los coches y un trapero recolectando trozos de los cuerpos mutilados; todo sea por componer un cadáver al que dar sepultura.

Por un lado, hay un regreso al ritual atávico del entierro, cuyo origen sagrado es común a todas las culturas y, por otro, hay un relato inspirado en el monstruo que creó el doctor Frankenstein, pero sin el carácter científico de la historia de Mary Shelley. Y más no cuento, pues esta novela de guerra y salvación es de esas que conviene leer. La publican los del Asteroide y es una bella manera de ocupar un tiempo que parece que sobra. De lo contrario, no se perdería de una manera tan estúpida como la que lleva a leer los wasap de un presidente de Gobierno acosado por una oposición que no sabe hacer oposición y que utiliza un cadáver político, como el de Ábalos, para tumbarlo sobre el filo de una navaja a punto de cerrarse.