Lamento romper esta ola de flowerpower y buen rollito que discurre paralela a la tragedia y ejercer, una vez más, de gruñón de El Muro de laSexta. Pero estos dos últimos meses han dejado claro que hay individuos en nuestro país a los que el estado de alarma y me atrevo a decir que hasta los de excepción y los de sitio –a los que afortunadamente no llegaremos en esta crisis sanitaria– se la trae al pairo. Eran unos hijos de puta antes del estado de alarma, lo son durante el mismo y lo serán cuando todo esto acabe. No creo que ninguno de ellos se transforme –epifanía vírica mediante– en una buena persona.

Hablo, por ejemplo, de la alegre chiquillería que al inicio del estado de alarma intentó en La Línea de la Concepción (Cádiz) impedir la llegada de un autobús con ancianos procedentes de distintas residencias de la provincia. Eran delincuentes de poca monta, que se sintieron troyanos pertrechados con teléfonos móviles, dispuestos a mantener su plaza limpia de coronavirus. Hasta que llegó la UPR de la Policía, claro, y los guerreros del Campo de Gibraltar mutaron en pollos sin cabeza, huyendo de los agentes.

Hablo de los vecinos de O Vao, un poblado de Pontevedra en el que se ha extendido la entrañable tradición de recibir con palos, hachas y piedras a las patrullas de la Policía Municipal o de la Guardia Civil que acuden allí con la vana esperanza de que se cumpla el estado de alarma. Dos policías locales de Poio resultaron heridos y la cosa pudo pasar a mayores si no llegan a aparecer a tiempo los agentes de la Guardia Civil, que detuvieron a diez vecinos de O Vao como responsables de las agresiones.

Hablo del centenar de individuos que el pasado fin de semana se reunieron en un reñidero de El Palmar de Troya (Sevilla) para asistir al repugnante espectáculo de las peleas de gallos. Cuando llegó allí la Guardia Civil, identificó a 83 personas, algunas de las cuales llevaban fajos con 4.000 euros, 5.000 ó 6.000 euros, y encontró a siete gallos muertos, aún calientes, fallecidos para deleite y beneficio de los desalmados apostantes.

Como ven, son solo tres ejemplos de hijos de puta que ejercen como tales en el estado de alarma. Pero hay más. Algunos de ellos debían pensar que la Policía y la Guardia Civil iban a estar confinados, esperando en sus casas, porque en apenas diez días intentaron colar en nuestras costas diez toneladas de cocaína. El estado de alarma ha sido para la Brigada Central de Estupefacientes de la Policía una de las mejores y más productivas etapas de su historia.

En un escalón inferior están los tontos del estado de alarma. Antes, un tonto se limitaba a seguir una linde, como anuncia el dicho, pero ahora el tonto cuenta con la poderosísima arma de las redes sociales, en las que exhibe sin pudor su imbecilidad. Aquí los ejemplos son infinitos: el que amenaza con extender el virus por Torrevieja, el que organiza bailes en la calle, el que muestra orgulloso sus diez kilos de setas, el que se ufana del robo de un cordero mientras lo desuella y los que difunden las fiestas que organizan pasándose por el arco el triunfo reales decretos… Todos ellos eran tontos antes, lo son durante y lo serán después del estado de alarma. Igual que los hijos de puta. No hay vacuna para esos virus.