La escena tuvo lugar hace unos días en Sanlúcar de Barrameda. Unos narcos dejaron abandonada en la playa una lancha cargada con fardos de hachís, probablemente porque se sintieron perseguidos. A los pocos minutos, cuando los agentes de Vigilancia Aduanera recuperaban la droga, decenas de vecinos intentaron llevarse los paquetes de hachís. Policías y guardias civiles acudieron a socorrer a sus colegas mientras un helicóptero de Aduanas volaba pegado a la arena para ahuyentar a los improvisados busquimanos en una escena que evocaba la evacuación de Kabul o una secuencia de Apocalypse now.

La impunidad ya no tiene cabida en el campo de Gibraltar y sus alrededores. El estado de derecho comparece allí a diario vestido de verde y de azul, recordando a los narcos que nada sale gratis, que los tiempos en los que los detenidos abandonaban los hospitales bajo palio, como la Macarena, se han terminado. Que la ley también llega a ese rincón de nuestro país. Pese a esa metamorfosis –para la que se han invertido muchos millones de euros y el esfuerzo de miles de personas–, aún se producen episodios como el de Sanlúcar, que pueden hacer pensar al observador ajeno que el pueblo –la gente en el nuevo lenguaje de los nuevos políticos y sus nuevos partidos– está del lado de los delincuentes.

En los últimos días he vuelto a la zona, en esta ocasión para acompañar a la Guardia Civil en una operación contra un clan de La Línea. El Chaqueta y los suyos se pavoneaban de ser los únicos con medios y arrestos para alijar en la playa de la Atunara, una de las zonas cero del tráfico de drogas. En la madrugada del martes, doscientos agentes detuvieron a más de treinta personas del clan y registraron sus casas.

Estuve en una de esas viviendas: un fortín en El Zabal, custodiado con cámaras y alarmas volumétricas. Dentro de la casa, en la que no faltaba la piscina rodeada de césped artificial –a los narcos no les gusta que nadie vaya a cuidar de sus jardines–, había todo el lujo macarra que se espera de un traficante del Estrecho: maderas lacadas, dorados y cromados y plasmas de más de sesenta pulgadas en todas las estancias. Por supuesto, en la bodega se agolpaban los mejores caldos y licores y no faltaban coches, motos y hasta bicicletas de lujo. El botín de un narco, la fortuna que hacen con envíos como el que intentaban proteger los vecinos de Sanlúcar.

El estado de derecho comparece hace tiempo en el campo de Gibraltar. Quizás, otras partes del estado deberían presentarse por allí para no dar la sensación de que "a la gente no le quedan más salidas". Quizás sea el momento de impulsar la zona comercial e industrialmente, tal y como reclaman hace mucho tiempo las asociaciones vecinales y los colectivos que luchan contra la droga.

En el vídeo que acompaña a estas líneas, que ya vimos en Más Vale Tarde, se puede ver al rapero Haze actuar en la comunión de uno de los hijos de El Chaqueta. Una de sus últimas canciones, 'Soy inocente', tiene una letra con mensaje para Aduanas y para OCON Sur, el servicio de la Guardia Civil que lleva cuatro años golpeando sin descanso a los traficantes de la zona: "Me cago en los muertos del comisario, de Aduanas, OCON Sur, de los putos funcionarios. Nos matan de hambre en el barrio, nos maltratan en centros penitenciarios". A la hora de escribir estas líneas no consta que Haze pase hambre.