Son las 00:30, una hora más tarde de la hora a la que suelo acostarme, pero aún no estoy en la cama. Cojo una taza, me pongo una infusión y me quedo sentada en el sofá paralizada mirando los créditos del último episodio de "Caso Asunta". ¡Por fin! Ya está, ya puedo seguir con mi vida e intentar dormir bien. "Tengo que borrarlo de mi mente primero", pienso. "Qué pasada lo de Candela Peña", murmuro. Es la primera vez que veo una serie en solo cinco días. Normalmente las veo en semanas o meses porque conciliar vida, trabajo, sueño, niñas con el consumo audiovisual es todo un reto. Pero necesitaba terminarla. Cinco días de angustia, de mal cuerpo y poco dormir, con el run run constante en mi cabeza: "¿Y si dejo de verla?", "¿por qué soportar este sufrimiento?", "¿tiene sentido pasar este miedo cuando nadie me está obligando a ello?", pero una emoción interna incontrolable me llevaba a la necesidad de acabarla, a desear que llegara la noche para seguir viéndola...

Y ya en la cama, ¿qué hago con este miedo? Escucho un ruido al fondo del pasillo y me incorporo de un salto, respiro y me digo "todo está bien, solo es una serie"… Pero no, es que no es solo una serie y de ahí esa relación amor-odio que me descubro teniendo con los true crime, prometiéndome no verlos más.

A la semana de terminarla, me encuentro con un reel desgarrador de la madre de Gabriel, Patricia Ramírez, que entre lágrimas dice que "nadie, de ningún medio ni productora audiovisual, mediante la elaboración de series o documentales saque rédito económico de la fatídica muerte de su hijo", convocando a una manifestación en Almería a la que fueron pocas personas. Y no puedo evitar sentirme culpable, como consumidora, porque "más del 80% del público que consume este contenido somos nosotras: las mujeres", precisamente las que somos violadas, juzgadas y víctimas en la mayoría de los casos.

Me sobrecoge y decido no verlos más, por respeto y por salud mental. ¿Seré capaz? ¿Es la solución dejar de ver? ¿Me veré arrastrada de nuevo por las megacampañas de marketing que nos dirigen y deciden qué tenemos que ver? ¿Acaso soy libre? ¿Acaso puedo elegir no ver el reel que me muestra el algoritmo o detener encontrarme con un nuevo estreno o titular que me haga consumir lo que me está torturando? ¿La industria continuará haciendo espectáculo de crímenes que duelen a muchas personas, las víctimas, las familias y además afectan a la salud mental de quienes los consumimos?

¿Hay un objetivo oculto para que este miedo nos paralice como mujeres o nos haga educar a nuestras hijas en el miedo? ¿Cómo se libera una de estas historias cuando educa a una adolescente y quiere que sea libre?

Lo que está claro es que me gustaría que estos contenidos de éxito se acompañaran también de historias reales de la vida de las mujeres, de las madres, de las hijas, como tú y como yo, de todas, de nuestros pensamientos, de nuestro día a día, de lo que de verdad nos importa, pero parece ser que eso no vende o no interesa a los que deciden cuál será nuestro próximo miedo.

Ya ni los miedos nos pertenecen. Para pensar.