La vitamina D es conocida como la vitamina del sol, sin embargo, ni es una vitamina -en realidad es una hormona- ni se obtiene exclusivamente de la exposición solar -también se obtiene de la dieta-.

En la comunidad científica existe una importante controversia acerca de cuáles son los niveles óptimos de vitamina D. Estos valores oscilan entre los 50 ng/ml y los 10 ng/ml (medidos como concentración en sangre de 25(OH)D) según la autoridad sanitaria que se tome como referencia. De ahí que los valores de déficit de vitamina D varíen tanto según las fuentes consultadas. Algunos científicos hablan de pandemia de vitamina D, mientras otros científicos hablan de sobrestimación de la prevalencia de hipovitaminosis. Es decir, no hay consenso científico sobre cuál es la magnitud del déficit poblacional de la vitamina D. No están bien definidos cuáles son los niveles sanguíneos óptimos para el ser humano, si estos son los mismos para todas las edades, para todas las localizaciones geográficas, y cuál es el umbral para establecer la necesidad o no de tratamiento con vitamina D.

La vitamina D aumenta la salud musculoesquelética y reduce la mortalidad asociada a problemas óseos en algunos grupos de población, especialmente en los ancianos y otros grupos de riesgo. Existen evidencias de que la vitamina D influye en el desarrollo del cáncer, la enfermedad cardiovascular, algunas infecciones y las enfermedades autoinmunes como la esclerosis múltiple o la psoriasis, aunque en estos casos las evidencias no se consideran todavía suficientemente robustas.

La vitamina D se forma por mediación de la radiación ultravioleta. La pro-vitamina D3 (7-dehidrocolesterol) se transforma en vitamina D3 (colecalciferol) mediante la absorción de radiación UVB. También se puede obtener vitamina D a través de la dieta. El problema es que hay pocos alimentos ricos en vitamina D y algunas personas no los consumen nunca o solo esporádicamente. El salmón, la caballa, las conservas de sardinas o atún son de los alimentos más ricos en vitamina D. Le siguen los huevos, los quesos y la leche y los yogures suplementados con vitamina D. Las dietas pobres en estos alimentos podrían ser una de las razones por las que los niveles de vitamina D en la población han descendido. A esto hay que añadir el estilo de vida a cubierto, con una exposición solar poco saludable, nula la mayor parte del año y muy intensa e intermitente durante el verano. El resultado de todo ello es una población deficitaria en vitamina D y paradójicamente endémica en cáncer cutáneo.

Los beneficios de la vitamina D y la mejor manera de obtener y mantener unos niveles óptimos son asuntos muy controvertidos y con importantes implicaciones potenciales en la salud humana. Con las cifras tan preocupantes de cáncer de piel ¿es coherente recomendar la exposición solar sin protección para elevar los niveles de vitamina D?

La zona de espectro de radiación ultravioleta más efectiva para la formación de pre-vitamina D3 es la comprendida entre los 295-330 nm, es decir, en el rango del UVB. Como contrapartida, esta radiación solar también se asocia con efectos negativos como el eritema solar y el carcinoma espinocelular, ambos con un denominador común: el daño en el ADN. Por esta razón es fundamental hacer un balance entre riesgos y beneficios, y medir qué dosis de radiación produce cada efecto biológico.

La dosis recibida de radiación ultravioleta depende de muchos factores: ambientales (latitud, altitud, aerosoles, nubes y dispersión) y sociales (tipo de trabajo, ocio, indumentaria…). Por eso es complicado dar una respuesta única y válida para todas las personas. Hay que analizar caso a caso, por ejemplo: ancianos que requieren cuidados intensivos o están institucionalizados, por su escasa exposición al sol, personas con cáncer de piel u otros problemas dermatológicos que requieran evitar el sol, personas de piel muy oscura, mujeres que van totalmente cubiertas con velo o pacientes con mala absorción de vitamina D.

La mayor sensibilización de la población sobre los daños de la radiación solar ha incrementado las medidas fotoprotectoras de carácter preventivo, como evitar la sobreexposición solar, utilizar asiduamente fotoprotectores, etc. El informe de expertos de la UNEP plantea una discusión a la comunidad científica: ¿Se están sobreestimando los beneficios de la vitamina D al mismo tiempo que se están subestimando los efectos adversos de la radiación UVB, o todo lo contrario?

La capa de ozono filtra en torno al 95% de la radiación UVB. Ante esto cabe preguntarse si la recuperación de la capa de ozono en los últimos años ha afectado a los niveles de vitamina D. También es importante preguntarse cómo ha influido el uso creciente de cremas con protección solar. O si una exposición solar directa, produciendo eritema o quemadura, promueve o inhibe la formación de vitamina D. Sobre estas dos últimas cuestiones sí hay respuesta.

La síntesis de pre-vitamina D3 aumenta linealmente a pequeñas dosis de radiación ultravioleta, sin embargo, al acercarse a la dosis mínima eritemática (MED), la pre-vitamina D3 se degrada a formas inactivas como el luministerol o el taquisterol. Es decir, si la radiación solar recibida produce eritema o es cercana a la dosis eritemática, no contribuye a la formación de vitamina D. Esto también se ha comprobado en estudios epidemiológicos como este y este, que muestran que el exceso de exposición solar podría ser contraproducente para mantener los niveles de vitamina D. Esto podría explicar por qué en zonas ampliamente soleadas de India o Brasil el 70% de la población presenta niveles de vitamina D inferiores a 30 ng/ml.

Aunque teóricamente los fotoprotectores pueden bloquear casi por completo la producción de pre-vitamina D3, en la práctica esto no es así. La mayoría de la gente no se aplica el fotoprotector como es debido, ni la cantidad suficiente, ni lo reaplica cada dos horas. Además, las personas que más crema solar utilizan son, precisamente, las que más tiempo se exponen al sol. Asimismo, la mayor dosis de radiación UV se recibe durante los periodos estivales que es a su vez cuando se utilizan más los fotoprotectores que cualquier otro método de fotoprotección, según este y este estudio. Otro estudio realizado en pacientes con lupus encuentra que los niveles de vitamina D están débilmente relacionados con el uso de fotoprotectores, mientras que la asociación es muy alta con el uso de ropas y con evitar la exposición solar. Por tanto, no hay evidencias de que los fotoprotectores condicionen el déficit de vitamina D en la población.

Con la evidencia científica actual, parece que la prevención del cáncer de piel no es la causa de los niveles bajos de vitamina D que se registran en el mundo y, por tanto, abandonar las medidas de fotoprotección no va a ser la solución.

Además, la mayoría de los estudios en los que se ha demostrado un beneficio al aumentar los niveles en sangre de vitamina D se han conseguido con suplementación oral. Si consideramos todo lo dicho, lo más cauto es adoptar la recomendación de las Academias de Dermatología Australiana y Americana que advierten a la población de que no se debe tomar el sol como fuente primordial de vitamina D, puesto que se tiene certeza de que la radiación ultravioleta es un carcinógeno cutáneo, sino que lo saludable es combinar una exposición solar limitada junto a una adecuada alimentación y suplementos cuando fueran necesarios.