La cara de Isabel Díaz Ayuso no suele engañar. Sus balbuceos ponen en evidencia su nerviosismo. Su mirada se vuelve huidiza, ruega ayuda en sus papeles y las palabras en susurros, repetitivas, muestran una necesidad de autoconvencimiento y refuerzo para intentar que la realidad no perturbe su estabilidad. No sabe ocultar la incomodidad, la rabia ni la ira. Sus emociones son un libro abierto que permite incidir en aquello que le resulta más molesto porque Ayuso tiene un trauma no confesado que es sencillo adivinar viendo su discurso y la manera en la que vive. La presidenta de la Comunidad de Madrid adora el mercado y el sector privado. Los idolatra, son su fe. Pero sabe que no tiene ni el talento ni la capacidad para salir a competir y lograr el nivel de vida que le gusta y cree que se merece. Ayuso nunca lograría prosperar, ni ganarse la vida en el sector privado tal y como se la gana en el público y ese complejo le atormenta. Nadie en su sano juicio cree que una persona con las capacidades de Isabel Díaz Ayuso podría disfrutar del tren de vida que tiene sin ser servil al poder económico y usar lo público como parte del botín que expoliar. El único mérito de Ayuso es basar sus aptitudes en la capacidad para medrar y amasar capital social.

Ese trauma explica su sufrimiento cada vez que los que sí nos ganamos la vida en el sector privado y no dependemos de tramas, enchufes, favores y dinero público para ganarnos el pan ponemos a su familia y a ella misma frente a las contradicciones de lo que quisieran ser y en verdad son. No es difícil adivinar cuál habría sido el futuro de la presidenta sin haber labrado su posición ciñéndose a los mandados del poder del partido en Madrid, que ha garantizado a su familia un enriquecimiento masivo que no hubiera podido lograr sin los contactos dentro de la Administración.

La familia de Ayuso no es una familia madrileña corriente, aunque sí es una familia normal dentro del PP de Madrid. El clan tiene lo que tiene gracias a favores y posiciones de ventaja logrados únicamente con la posibilidad de saltarse todas las fases que cualquier ciudadano necesita para hacer un negocio de manera honrada y ética. El clan Ayuso tiene una característica propia del pensamiento liberal cañí que es denostar todo lo público para aquellos que lo necesitan y ponerlo a disposición de su enriquecimiento personal librándose de todos los elementos y procesos que permiten competir en igualdad logrando favores y privilegios. Ayuso y su familia son la antítesis de la meritocracia. Son la rémora que liba la sangre de la clase trabajadora.

El novio simuló facturas por servicios no prestados a través de empresas pantallas para evadir el pago de impuestos por un total de 350.951 euros. El hermano trincó un beneficio de 234.000 euros como comisionista de unos contratos para la venta de mascarillas a la Administración de la que es presidenta su hermana. El padre usó su empresa para dejar sin pagar un préstamo de 311.000 euros por parte de Avalmadrid que la empresa semipública no reclamó en ocho años, dejando tiempo para que Isabel Díaz Ayuso pudiera heredar sin posibilidad de embargo. Isabel Ayuso Puente, la madre, logró como administradora única de Prhoinsa adjudicaciones de la Administración que preside su hija desde que ella es presidenta por más de un millón de euros. Ayuso es en esta trama la conseguidora vía apellido. El contacto. El enchufe. El núcleo sobre el que gira la posibilidad de enriquecerse por parentesco.

A Isabel Díaz Ayuso le perturba profundamente que su familia esté en el foco de la opinión publicada y es comprensible, pero hubiera bastado con que su familia se hubiera dedicado a trabajar como hacen el resto de familias normales. Ninguna familia de clase trabajadora corriente tendría este problema, la que se gana el pan con el sudor de su frente, la que tiene una nómina, la del autónomo que hace un servicio y emite una factura en la que refleja el IVA, el IRPF y cobra lo que le corresponde. Trabajando de manera honesta se está más tranquilo pero otorga menos suntuosidad. Si Ayuso no quiere que su familia sea foco de noticia, puede probar a pedirle a su familia que se gane la vida como lo hacemos el resto de los madrileños. Pero en eso reside el trauma de Isabel, en que si tuviera que ganarse la vida de la misma manera que lo hacen los contribuyentes normales sabría de verdad lo que es esforzarse y no la engañifa extractivista de la que vive la lideresa. Una región en la que de verdad el esfuerzo y la capacidad fueran los baremos que miden el éxito social tendría a Isabel Díaz Ayuso y su familia suplicando por las migajas de los que sí saben lo que es trabajar. Isabel sí que tendría que vivir de las paguitas, porque nosotros sí que no dejamos a nadie atrás, aunque sean parásitos sociales como el clan Ayuso.