No hay mejor debate para entender el estrato social de las voces con presencia en la opinión pública que el que afecta a la hostelería. La no propuesta de Yolanda Díaz sobre el horario de los restaurantes hasta la madrugada enseña una cosa de manera diáfana sobre la clase social del que se posiciona porque permite adivinar de qué lado de la barra han estado. Es muy fácil ver con las intervenciones quienes no han trabajado jamás detrás de una barra porque la única manera en la que son capaces de tomar perspectiva es como el cliente irrespetuoso que, mientras barren el bar y quitan la música, siguen pidiendo bebida a gritos porque su ocio es mucho más importante que el descanso ajeno. Pocos piensan que para que alguien pueda cenar a las doce alguien tiene que trabajar hasta las dos. Si el bar es pequeño o mediano esa persona probablemente lleve trabajando al menos desde antes de la hora de las comidas.

Esta problemática es diferente vista desde abajo. Los que han trabajado en hostelería tienen un marco mental asociado en el que lo primero que piensan cuando se abre un debate sobre el tiempo de apertura de la hostelería es en la miriada de horas no pagadas que han trabajado en su vida laboral hasta altas horas de la madrugada esperando que estas lacras sociales se vayan a su puta casa y les dejen llegar a la cama para mal dormir hasta la próxima jornada. Que seguramente comenzará temprano.

La perspectiva de clase sirve para comprender mejor a quien dar voz en el debate público y qué intereses defiende cada uno. La hostelería es un sucedáneo del servicio para muchos con ínfulas de aristócrata y clase media aspiracional. Quieren esclavos, pero solo tienen camareros para volcar sus frustraciones despóticas. Necesitan que estén siempre disponibles, a cualquier hora, en cualquier momento, pero no les preocupa cuáles serán las condiciones laborales que exigen unas pretensiones de ese tipo. Porque no existe negocio que pueda sustentar una atención de tiempo integral. Aquellos que se escandalizan con la posibilidad de que no haya bares, restaurantes o comercios cuando ellos los necesiten a cada momento son los que nunca estarán al otro lado de la barra.

Los horarios libres son una rémora para los pequeños comerciantes frente a las grandes cadenas porque no tienen recursos para competir sin explotar a los trabajadores o autoexplotándose. Es imposible mantener un comercio de pequeña hostelería con horarios amplios pagando como es debido a los trabajadores o respetando el propio descanso. Es imposible. No existe la manera. No hay margen. El sistema está diseñado para que un pequeño propietario se deje la vida trabajando o subrogue a un trabajador esa explotación para intentar competir con las grandes cadenas que tienen mucho más margen para estar abiertos mas tiempo. Si un autónomo abre un restaurante es imposible que lo haga viable teniendo una jornada laboral que respete los derechos más básicos. Por eso la gestión de las comunidades que proporcionan los horarios libres para el comercio están trabajando a favor de los grandes propietarios y facilitan la explotación laboral en todos los sectores, pero especialmente en los pequeños negocios de hostelería.

Este debate no es una cuestión cultural por mucho que salga Isabel Díaz Ayuso llevándolo a su terreno con gracietas efectistas. Por mucho que funcionen. Es un problema puramente material y tiene que ver con los derechos laborales mínimos exigibles de un sector que subsiste con un sistema basado en la explotación del trabajo ajeno. El negocio del turismo y la hostelería solo es sostenible con la explotación masiva de mano de obra barata. No hay posibilidad para otro modelo porque nuestro modelo, el que ofrecemos a los países del norte de Europa, está basado en precios baratos y atención integral, locales siempre abiertos y un sector servicios destinado a machacar la existencia de los ocupados. La propuesta de Yolanda Díaz no es polémica por afectar a nuestro ocio y cultura, es polémica porque choca de manera frontal con el modelo turístico, con el motor económico, con el negocio de muchos explotadores. La propuesta de Yolanda Díaz es polémica porque equivale a pinchar la burbuja inmobiliaria en medio de la fiesta.