España es, yo soy español. Del mismo modo que bípedo y con la misma emoción por serlo. No pito ni aplaudo al que es, aunque no quiera ser. Ni entiendo al que desprecia al que representa lo que dice amar. Ya me jodería ser patriota de una nación inventada, bastante tienen con eso. No inventadas como el resto, que lo son, las naciones, sino la concreción resultante del puzzle de elecciones y omisiones que conforman la patria de aquel que acude a ver desfilar militares y elige pitar al presidente de su nación mientras aplaude a un cabrón. Ay, mísero de ti. ¿No es acaso Pedro Sánchez español? ¿No es un fruto bello y apolíneo de la España que te ha parido?

El patriota, para ser coherente en su libre ejercicio de aplaudir a un cabrón disfrazado con gorrica de legionario mientras desprecia al líder de su país, necesita fantasear con la ilusión de que España sola la representan aquellos elementos que le permiten vivir con su trampantojo imperial. Es un ejercicio inverso de la patria del deseo que narraba Pío Baroja y que consistía en anhelar para su patria lo mejor que habitara en el mundo y nacionalizar a Tolstoi, Dickens y Dostoyevski. Esos aplaudidores de cabrones son los que enarbolan el patriotismo de mentir, que no se trata más que desnacionalizar a todo aquello de su patria que no les gusta para relatarla como una serie de sucesos, dichas y personajes que se ajustan a su estrecha medida. Podríamos querer que nuestra patria tuviera las mejores leyes, costumbres, plumas y razones, pero como decía el escritor vasco: "Mas al lado del patriotismo de desear, está la realidad". Pero es que algunos no entienden la patria más que como una mentira, una ilusión que solo anida en sus dogmas y que no tiene nada que ver con los sentimientos, sino con una dialéctica de acoso al diferente.

Esa realidad nos hace compartir espacio con los que aplauden a cabras, cabritas y cabrones mientras niegan la existencia y esencia misma española de quienes no encajan en su rompecabezas de nación inventada. España es un sitio. Un lugar. Unas coordenadas en Google Maps. Todos aquellos a los que España no nos vincula emocionalmente más allá de la costumbre de vivir y el azar topográfico somos tan parte de este país como aquellos que se emocionan con una bandera surcando los cielos entre los huevos sudorosos de un paracaidista. Paco Umbral hablaba del determinismo fatalista de esos patriotas integristas que no entendían que no es compatible pensar en un pueblo único digno de grandes gestas y a su vez despreciar a media España porque pensaba diferente, un pensamiento estrecho de elecciones ilusorias que solo funcionaba mediante la excepcionalidad de unos pocos eventos y personajes que encajaban en la mente pequeña y retorcida de los patriotas que aplauden a cabrones.

La España del desfile es una construcción delirante. La ilusión de una recua de perturbados a los que expolia Pérez Reverte con sus libros de perros que hablan. Una nadería insustancial, en forma de recuerdos infantilizados de grandes batallas pintadas por Dalmau, que adoran y a la que rinden pleitesía agitando banderitas manufacturadas en Shangai. Ese ensueño en forma de patria anida en aquellos traumados que se sienten zaheridos con la simple constancia del paso del tiempo, personajes tristes que miran el reloj angustiados porque les lleva a un mundo que no comprenden y al que temen. Añoran aquellos tiempos en lo que todo estaba en su orden establecido por gracia divina y sangre derramada. Los ricos a follar y las putas al río. Los puteros en misa y los rojos abonando huertos. Las cosechas en cuentas en Suiza y los negros arando. Un país como dios mandaba y no esta tierra sembrada por Satán, aunque ellos son los que aplauden a un cabrón.

No tengo nada con la gente que silba en desfiles, suficiente desgracia tienen con que les guste ir, pero me recuerdan demasiado al miedo que tenía Rafael Chirbes al oír 'Vivas España' en los campos de fútbol, el 'moro hijoputa' o el 'catalán polaco' como precursores del fascismo. La patria inventada de los que aplauden a cabrones no es más que algo despreciable porque nunca ha existido, si vegetara algo parecido a una patria es aquello que el soldado africanista de Ramón J. Sender oyó en las trincheras a unos obreros catalanes; la patria son las acciones de los accionistas.