La actitud de Pedro Sánchez estos cinco días de abril ha sido desconcertante. En ese calificativo estaremos de acuerdo todos, independientemente de que haya glosas sobre su perfil o los más terribles calificativos. Un desconcierto en cierto grado irresponsable que ha tenido al país pendiente de una decisión individual sin elementos de juicio. Quien entiende la política desde lo colectivo no puede compartir esta manera de ejecutar la toma de decisiones. El individualismo y el hiperliderazgo desde el que se han gestionado estos días es preocupante. Pero no conviene minusvalorar lo que ha ocurrido hoy, porque puede iniciar un proceso de decadencia de su Presidencia o consolidarla a través de la adhesión inquebrantable de una parte importante de la población que haya visto en su emoción representada la suya propia. Es la primera vez desde la aparición de Podemos que un líder en la izquierda consigue generar un caudal político desde la emoción y la ilusión. Un nuevo peronismo ha nacido.

El presidente ha sometido al país a un estrés emocional que debería quedar al margen del juego político porque despoja de razón cualquier posibilidad de analizar el movimiento desde la distancia sin apegarse al amor u al odio, que son las dos emociones primarias que han movilizado el vacío del silencio del presidente durante estos cinco días. Es difícilmente comprensible desde lo político una actitud como la que ha tenido el presidente durante este retiro espiritual. Desde el punto de vista racional y político no había otra posibilidad que la continuidad porque hubiera sepultado su imagen ante su propio partido. No era posible creer que si presenta la dimisión no hubiera hablado con nadie de su círculo político para plantear el futuro del Gobierno y del PSOE.

No es fácil evaluar qué cambió la semana pasada en Pedro Sánchez. El presidente era consciente a lo que se enfrentaba cuando se presentó nuevamente a las elecciones habiendo realizado una ambiciosa y osada maniobra con el adelanto de elecciones. Era consciente y asumió la responsabilidad, en aquel momento ya sabía lo que era sufrir los ataques a su familia porque Begoña Gómez ya era objetivo de los ataques más ponzoñosos por parte de los ultras. De hecho, comparado con lo que se dijo sobre su mujer durante la pandemia, y antes de los últimos comicios, lo ocurrido los últimos dos meses solo es una ofensiva torpe sobre las actividades profesionales de su mujer. Es decir, no es de ahora lo más grave y doloso que ha tenido que soportar la familia de Pedro Sánchez.

Dimitir ni siquiera le hubiera asegurado que el acoso fuera a cesar contra su él y su familia, solo que ahora se haría sin las herramientas que el cargo y el partido tienen para protegerle. Es ilusorio pensar que el PP no fuera a llamar a declarar a Begoña Gómez a la comisión de investigación en el Senado y al propio Pedro Sánchez porque así el PP seguiría desgastando al Gobierno de coalición, impidiendo que el marco que les es propicio siga copando el debate público, dejando de lado las medidas económicas, las propuestas de justicia social y la acción de gobierno destinada a mejorar la vida de la gente. Nada racional hacía prever que dimitiría, pero las emociones inundaron todo y a pesar de eso era una posibilidad cierta en los análisis políticos. Ese es el peligro de que la emocionalidad invada el escenario público.

La única manera de salir de una situación como la que el presidente ha sufrido es colectiva, apoyándose en sus compañeros, en su partido, en sus socios de coalición y ejercer de manera ambiciosa un paquete de reformas que despoje a los grupúsculos antidemocráticos del ejercicio de un poder al margen de los procesos democráticos que los ciudadanos nos hemos dado. El PSOE sumido en el desconcierto y el pánico al no tener ninguna información sobre cuál sería la decisión de su líder comenzó una 'tour de force' que servía más de terapia colectiva que como un plan estructurado para lograr algo. En una de esas ideas atribuladas que buscaban convencer a Pedro Sánchez, se le pidió que recordara la historia de su partido y lo que ha pasado la militancia del partido en épocas tan duras como la Guerra Civil o la lucha contra ETA. La analogía ponía en un lugar imposible la actitud del presidente, porque no sale bien parado quien se toma cinco días para reflexionar al margen de su partido y su Gobierno, tensionando todos los resortes del Estado, la institucionalidad, a su partido y a toda la ciudadanía que le votó porque no aguanta la presión mediática y de la oposición contra su familia, por dura que sea, cuando se le pone en comparación con aquellos cargos del partido que no abandonaban su responsabilidad estando amenazados de muerte por una banda terrorista. La certeza de que nadie en el PSOE sabía exactamente lo que hacía fue poner de ejemplo para que midamos la resistencia de un presidente del Gobierno a una campaña de intoxicación a sus compañeros amenazados por ETA. La emoción nuevamente sepultando la razón.

Pero Pedro Sánchez ha trascendido como un nuevo hombre. Con toda la carga política que eso adquiere. Nadie sabe en qué sentido se concretará el capital político aglutinado detrás de sí estos días, pero se ha configurado a través de un peronismo muy particular que ha bebido del populismo. No sabemos adónde le llevará, pero conviene no minusvalorarlo. El presidente se ha construido un relato político de una potencia tremenda a través de lo personal. La carta de Pedro Sánchez tiene una potencia política de una dimensión que la derecha no ha acabado de evaluar bien. Una de las frases del presidente en la carta, lejos de hacerse el héroe, muestra vulnerabilidad y construye un eslogan que es imposible de mejorar porque lo acompaña de una historia consustanciada con su actuación: "Muchas veces se nos olvida que tras los políticos hay personas. Y yo, no me causa rubor decirlo, soy un hombre profundamente enamorado de mi mujer que vive con impotencia el fango que sobre ella esparcen día sí y día también". Independientemente de la decisión que tomara este lunes, ya tiene una nueva imagen construida difícilmente combatible desde la razón. El amor gana al odio. Despreciar un mensaje de ese calado deshumaniza y envilece y puede sepultar las oportunidades de aquel que crea que lo ocurrido estos días es despreciable. Estos cinco días han cambiado la política de este país, solo queda saber en qué dirección.