La superioridad moral de la izquierda es un hecho. Les duele escucharlo pero no dejan de dar razones para que se convierta en dogma y no hacen demasiado propósito de enmienda para que haya motivos para cuestionarlo. Como casi todo en la reacción, a hacer un esfuerzo por mejorar su moralidad y poner en duda el hecho incontestable de que la derecha es amoral. Esta semana el Ayuntamiento de Madrid ha ejecutado la sentencia del TSJ de Madrid por la demanda de unos legionarios para reponer la calle al golpista Millán Astray. El alcalde, solícito, ha ido corriendo a ejecutar la sentencia para la que nunca puso recurso parapetándose en la justicia para humillar nuevamente a las víctimas del franquismo. Nuevamente, porque ya lo hizo cuando retiró el nombre de los más de 3.000 represaliados por el dictador del memorial en el cementerio de la Almudena donde se quitaron y rompieron también los versos del poeta Miguel Hernández.

La ley hay que cumplirla, por mucho que los argumentos del juez parezcan escritos por los propagandistas franquistas que realizaban las hagiografías para el NODO. Aunque también hay que cumplir la ley con la renovación del CGPJ y ahí no le duelen prendas al PP para saltársela. El mantenimiento de las calles a genocidas y asesinos franquistas ya es una humillación intolerable a las víctimas, pero roza el corpus talibán cuando se le quita la calle a una maestra represaliada por el franquismo para devolvérsela al novio de la muerte. El alcalde de Madrid podría haber hecho alguna declaración, o expresado que está en contra de la decisión judicial y honrar a Justa Freire con un homenaje a su altura. Ha preferido realizar su propio ongi etorri.

El 2 de junio de 1993 ETA asesinó de un disparo en la cabeza al toxicómano Ángel María González Sabino. Llamaron a su puerta, la abrió y Agustín Almaraz le descerrajó un tiro a bocajarro que acabó con su vida. Almaraz es el etarra al que este fin de semana le hicieron un ongi etorri en Santutxu (Bizkaia) y que ha vuelto a provocar la polémica y el disgusto de las asociaciones de víctimas. Con razón. Porque ocupar el espacio público para homenajear a quien acabó con la vida de cuatro personas es completamente inaceptable y una humillación accesoria a las familias de las víctimas del terrorismo. Por eso desde la izquierda se han escuchado diversas voces que consideran horrendos estos homenajes a asesinos etarras. Sin embargo, es menos grave que el ongi etorri de Almeida. Porque no se hace desde las instituciones, porque no usa el poder, porque esos elementos son un añadido a la humillación que incluyen la indefensión al desprecio. ¿Han escuchado alguna voz conservadora denunciando esta afrenta a las víctimas del franquismo? Por eso la izquierda es moralmente superior.

Para la derecha las víctimas lo son siempre y cuando puedan servirle para tener ventaja electoral. Cuando ETA asesinaba a yonquis no le importaba ni a aquellos que decían defender a las víctimas por encima de todo. La jerarquización de las víctimas siempre ha sido una máxima en este país. Uno de los hombres honestos que no diferenciaba, al menos con las de ETA, era Gregorio Ordóñez, el líder del PP vasco en Donosti, que también fue asesinado, cuando en el funeral de una pareja asesinada por ETA por su relación con las drogas, como el toxicómano asesinado por Almaraz, dijo: “Hasta en los muertos hay ciudadanos de primera y de segunda categoría, porque cuando el asesinado por ETA lleva banda de música, desde el ministro del Interior hasta el último concejal se empujan para salir en la foto, pero cuando los muertos son una pareja de desconocidos como Miguel y Elena no se ve a los políticos importantes por ninguna parte”. Si no atienden a la izquierda cuando les pedimos un poco de decencia y respeto a las víctimas del franquismo, al menos hagan caso a Gregorio Ordóñez y dejen de actuar como si hubiera víctimas de primera y segunda. Hagan honor a su memoria y su legado si les queda un ápice de vergüenza.