Sí, tú, viejo. ¿No ves que molestas? Que ya solo eres una carga para tu familia y la sociedad. Ya no eres productivo, no creas más que problemas y gasto. Eres un ser inútil que solo generas residuos y conmiseración. Muérete, no alargues más esta agonía y deja que el progreso, la innovación y el capital avance. En ocasiones perturba leer de forma diáfana lo que como sociedad promovemos. Hace solo unos días se hizo viral el grito de auxilio descarnado de Mariano Turégano, un anciano de 80 años que contaba en el pleno del Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes (Madrid) que en su residencia los alimentaban con una bazofia que se parecía a la mierda. Es cierto que el vídeo provocó escándalo, se movió durante un día, algunos medios hablaron de él para fingir preocupación, incluso hasta los políticos responsables de su situación mostraron lástima, y en solo un par de horas se olvidó. Porque son cosas de viejos, que no tienen voz, ni representación en medios y política, ni nadie que defienda sus intereses.

El sociólogo Juan Cruz López en su obra 'Edades de tercera' establece las bases de la desvalorización de la ancianidad en el capitalismo liberal y la sociedad contemporánea que explican las dinámicas por la cuál toleramos sin protestar que maltraten a nuestros padres y abuelos y nuestras madres y abuelas sin que quememos las calles. Lo toleramos porque formamos parte de la retórica que considera a los viejos estorbos improductivos. La desvalorización social viene asociada a su pérdida de posición como contenedores y difusores de conocimiento basada en la experiencia, la hegemonía del valor educacional profesional elimina el rol educativo tradicional que tenían los ancianos, esto unido sobre todo a la preeminencia de la productividad como medida de valor social en el capitalismo liberal convierte a los ancianos en deshechables para la mentalidad contemporánea, según Pedro Carasa: "Solo la anterior sociedad del simbolismo y la mitificación, basadas en referencias supraterrenas, confiere sentido y valor de ejemplaridad a la ancianidad; la sociedad racionalista y pragmática en cambio no perdonará la merma de capacidad y el deterioro de la productividad que experimente el viejo".

Este domingo hubo una manifestación en Madrid contra la gestión de las residencias que provocó que estos centros geriátricos se convirtieran en una hecatombe senil por la inacción de las autoridades autonómicas que gestionan esta competencia, con especial incidencia en la Comunidad de Madrid de Isabel Díaz Ayuso. Era muy difícil encontrar en la movilización a nadie menor de 50 años. Los viejos estorban. No solo a los gestores públicos, también a nosotros. Si no, ¿cómo se explica que los abandonos a ancianos en hospitales cuando les dan el alta sea una constante creciente?

No hay muchas noticias sobre este hecho porque es una constante diaria en los centros hospitalarios. Un centro pequeño como el de La Palma tiene una media de entre 10 y 20 ancianos abandonados a los que sus familiares no pasan a recoger alegando cualquier justificación o simplemente no acudiendo. En El País contaban la historia de una mujer que llevaba un año en el hospital con un problema de salud ya resuelto que no entendía por qué sus hijos no iban a buscarla: “Dice que no entiende lo que pasa. Que trabajó toda la vida y que tiene su casa. Llora mucho. Y lo que pide es que le saquen del hospital porque es un 'sitio feo' en el que ve mucha gente 'que se va, que se muere'".

Lo triste es que puede ser normal, y comprensible, que alguien se vea en la obligación de dejar a un anciano en el hospital porque no tenga medio alguno para cuidarle, ni dinero para pagar una residencia. Puede que sea hasta comprensible y humanitario. Un hospital puede ser el lugar más humano que puede permitirse alguien con escasez de recursos porque el Estado ha decidido que los cuidados de la tercera edad es una responsabilidad de las familias aunque no tengan posibilidades ni medios. Paradójicamente el abandono de los ancianos puede ser la solución más compasiva de los pobres. De hecho, una de las justificaciones más recurrentes según los centros hospitalarios y geriátricos para no recoger a los ancianos de un hospital es: "la falta de recursos y las deficiencias económicas del núcleo familiar, que considera que aunque en soledad, sus familiares podrán al menos comer y pasar la noche calientes".

No vamos a obligar a nuestros políticos a que cambien el modelo asistencial geriátrico hasta que no convirtamos en un escándalo inasumible que hayan convertido las residencias en un pudridero extremadamente caro. Porque los que tenemos fuerza para imponer nuestra agenda solo pensamos en las necesidades de nuestros menores, en los intereses propios, en las necesidades de la clase media-alta, que es a la que se dirigen las políticas públicas. Nadie quiere verse en las necesidades que pueda tener siendo un viejo dependiente y pospone la exigencia de tener unas residencias humanitarias al momento en el que ya es tarde. Pero todos lo seremos y necesitaremos esos cuidados, lo serás, lo será tu padre o tu madre y es necesario convertir la calidad asistencial geriátrica en un derecho inalienable. El Estado no protege a nuestros ancianos y nosotros no exigimos que lo hagan porque hemos aprendido a valorar a las personas por su productividad. El cambio en los cuidados tendrá que nacer de nuestra propia exigencia, porque de ella nacerá la imposición a nuestros gestores públicos.