Euskadi ha brindado otro día aciago para el espacio poscomunista nacional. La izquierda, que hace no mucho no se conformaba con un 20% de los votos porque su aspiración era ganar y lograr el poder, ahora celebra entrar por la mínima en un parlamento autonómico. Ese es un análisis despojado de apreciaciones que todos deben asumir, la triste realidad. La irrelevancia y la escasa ambición son hechos incontestables que muestran que el espacio que ahora ocupa la izquierda, que surgió en 2014 con una fuerza arrolladora, 10 años después está hozando en las migajas del bipartidismo para quedar por encima del enemigo interior como única motivación. La melancolía por el pasado solo es propia de nostálgicos a erradicar en el debate progresista y estas son las cartas con las que la izquierda tiene que jugar su mano en el próximo lustro. El espacio está en una situación crítica y lo único constructivo es entender el mapa y buscar una salida honrosa mediante el análisis, la crítica, la proposición y una mirada larga. Esto es lo que tenemos en la izquierda para construir un proyecto de futuro que tenga claro el rumbo y se defina ideológicamente sin titubeos.

Sumar ha logrado entrar por primera vez en un parlamento autonómico tras quedar fuera en Galicia. Una victoria pírrica si lo que se busca es referenciarse como única formación a la izquierda del PSOE dejando en los márgenes a Podemos, pero sin la fuerza para hacer efectivo ese anhelo, porque solo han separado 10.000 votos a las dos formaciones. Alba García, su líder y candidata, queda fuera porque el único escaño es el logrado por el secretario general del PCE en Euskadi. Este dato es relevante porque muestra los límites del entusiasmo por el resultado de Sumar y se pondrá en valor por los comunistas cuando todavía se están negociando las listas de la coalición para las europeas. En IU hay un descontento próximo a la ruptura por haberles relegado por detrás de Compromís cuando están demostrando ser la única formación que vertebra mínimamente el espacio de Sumar. El resultado de Sumar en Euskadi muestra más sus debilidades que sus fortalezas y harán bien en hacer un análisis generoso sobre el papel de los partidos que conforman la coalición.

Yolanda Díaz sigue sin encontrar el rumbo orgánico de Sumar. Su liderazgo está produciendo una disonancia entre su magnífica labor al frente del Ministerio de Trabajo y su errático mandato desde que decidió romper con Podemos y conformar una nueva plataforma. La confrontación a cara de perro con sus antiguos compañeros, propiciada y provocada por las maniobras de la cúpula de los morados para tumbar la reforma laboral y hundir la reputación de Yolanda Díaz, ha generado un desgaste en el espacio que Sumar no ha sabido reconducir. La firmeza de la vicepresidenta para castigar a la formación morada en la participación del espacio a la vez que se empeñaba en integrarlos en el movimiento, en contra de la opinión del resto de partidos, provocó un agravio general que no contentó a nadie y provocó una quiebra en el espacio de difícil solución, porque hay más partidos que plazas que repartir. Un problema que está aflorando en la conformación de las listas europeas cuando la propia Sumar ha tenido que renunciar a uno de los nombres que manejaba para las listas para poder dar un puesto a todos los partidos del espacio sin siquiera lograr así contentar a todos. El puzle no encaja porque cada uno de los partidos de la coalición trae las piezas de casa y ni siquiera son del mismo puzle.

En Podemos todo sigue igual. Solo importa el escaño europeo para Irene Montero. Hay que reconocer al partido que han acertado en renunciar a presentarse en Cataluña porque si cada vez que se abren las urnas los ciudadanos te mandan a casa sin escaños es mejor quedarse en casa sin llevarse el bofetón. Ione Belarra, la liquidadora, sigue a buen resguardo en su puesto, lo único que le importa, porque su formación es tan irrelevante que ya nadie le pide la dimisión porque a nadie le importa el devenir de la que fuera la principal fuerza disruptora de la izquierda europea y ahora se va a quedar sin representación en Galicia, País Vasco y Cataluña, tres de los principales feudos de lo que fue en su día el motor de su fortaleza. Desde que Ione Belarra accedió a la secretaría general de Podemos no hay comicios en los que no cave un poco más en el pozo de los resultados de la formación morada. Su legado se estudiará en el futuro como el ejemplo que nadie nunca debe seguir. El mayor enemigo de Podemos es Ione Belarra.

Los análisis sobre el resultado que hubiera sacado la izquierda de no ir dividida a los comicios ignoran una realidad aplastante con la que Lenin apalearía a todo aquel que quiera blandir la unidad de la izquierda en este contexto. Ese análisis es hoy en día una utopía irrealizable porque no hay líder en los partidos del espacio que no quiera matar entre terribles sufrimientos a alguno de los líderes de los partidos con los que hay que conformar la unidad. Ni siquiera en términos numéricos es un debate interesante porque habiendo ido unidos en Euskadi habrían sido igual de irrelevantes logrando tres escaños en vez de uno solo. Pero lo más importante es que no han sacado un mal resultado por ir divididos, sino que van divididos porque la decadencia del espacio está menguando de manera tan acelerada que está dejando como única aspiración política la supervivencia de los más fuertes para asegurarse recursos económicos. Cuando el pastel que hay que repartir es tan exiguo, los codazos por quedar entre los primeros son la norma y acaba por dejar sobre la mesa un dilema de difícil solución que es al que se tiene que enfrentar IU en los próximos días. Si en la formación comunista llegan a la conclusión de que existe el mismo riesgo para lograr representación yendo de cuatro en coalición con Sumar que acudiendo a los comicios en solitario y manteniendo una autonomía política integral, serán sus propios militantes los que obliguen a los dirigentes a tomar la decisión de romper con Sumar. La división en la izquierda es consecuencia de los malos resultados, no la causa.