Da ternurica. Pablo Casado se cree que tiene que ir donde nadie le espera ni le hacen caso. Cree que su opinión, actuación o presencia, es importante en el momento en el que los palmeros lo han perdido todo y todos los medios públicos gestionados por el Estado, las administraciones autonómicas y locales están trabajando a pleno rendimiento para que la situación sea lo menos dañina posible. Y ahí aparece Casado, para aumentar el sufrimiento de los habitantes de La Palma y provocar que la carestía del alojamiento se agrave. Las desgracias nunca vienen solas.

Pablo Casado es el paradigma de la irrelevancia. Acude a hacerse una foto y explotar el papel imaginario de líder de la oposición que nadie quiere escuchar en unas circunstancias de emergencia como la que ha provocado el volcán en Cumbre Vieja. Convoca una rueda de prensa, no dice nada, ningún canario le quiere escuchar, no importa lo que quiera decir, acaba la comparecencia y se abre el turno de preguntas. Silencio incómodo. Mucho silencio. Muy incómodo. Todos miran a otro lado, porque no importa su opinión. Se queda callado, con el volcán al fondo. La imagen le aplasta. La presencia magnánima, trágica y poderosa de la naturaleza se queda en el fondo haciendo aún más grande la brecha entre lo importante y lo nimio.

En política, como en la vida, conocer el papel que cada uno ocupa es una aptitud social de gran importancia. Esa capacidad relacional con el mundo que te rodea evita crear situaciones en las que la vergüenza ajena agache las cabezas de tus interlocutores. Pablo Casado piensa, porque nadie se lo dice, que importa a alguien lo que tiene que decir en circunstancias en las que no hay una sola cabeza que esté pensando en la relevancia de lo que puede expresar. Ni siquiera los propios acuden a él para que les marque el camino.

El líder del PP lleva seis meses preparando la convención del PP y solo ha logrado que le rechacen. Hasta Ayuso ha cuestionado su poder de convocatoria. Ha intentando de manera casi suplicante ampliar la base ideológica atrayendo a multitud de personajes de relevancia internacional como Steven Pinker o Anne Applebaum pero se ha tenido que conformar con Juan Carlos Girauta o José María Fidalgo. No se quiere hacer la foto junto a Casado ni Antonio Garamendi. Ni la CEOE quiere al líder conservador.

Pablo Casado aparece insignificante ante el volcán, como una metáfora visual de gran capacidad semiótica de la propia irrelevancia del líder del PP. Se le ve pequeño ante esa potencia magmática, pero también ante la pujanza de Ayuso o el propio Pedro Sánchez. Siempre es intrascendente. Representa la futilidad en su máximo esplendor y solo los sondeos de sus Tezanos mediáticos logran mantener enhiesta su figura de manera artificial, más por el partido al que representa y en contraposición al socialcomunismo, que por lo que se confía en su liderazgo. Presenciar a Casado frente al volcán es observar el vano intento de un hombre pequeño de luchar contra lo imposible.