Su intervención en el Consejo de Seguridad de la ONU y algunos problemas técnicos retrasaron la comparecencia de Volodímir Zelenski en el Congreso de los Diputados. Estos hacía minutos que aguardaban impacientes, moviéndose en sus asientos, cuchicheando y pegados unos a otros en los asientos, como hace mucho que no veíamos. La ocasión solemne, como dijo la presidenta Meritxell Batet, lo merecía.

Pero a eso de las cinco y cuarto de la tarde apareció y lanzó un discurso que fue una cornada de dos trayectorias. Un golpe seco, breve, dos veces bueno.

Hizo lo que ha hecho en otros parlamentos en los que ya ha participado. Apelar a nuestra memoria. Lo de abril de 2022 en las calles de Ucrania ya se vio en abril de 1937 en las de Gernika. Los cuerpos en las calles, la destrucción, el carácter insaciable del enemigo, para el que nada es suficiente. “Rusia no busca la paz y no sabemos cuánto durará”, dijo. Y ya sabemos que el peligro de que algo se prolongue es que dejamos de ponerlo en la carpeta de prioridades. Y si no se olvida, se anestesia.

Hace mucho que a Zelenski le cuesta esbozar un atisbo de sonrisa y hoy ha continuado con el rictus serio, el ceño un poco fruncido. Ni triste ni enfadado. Pero tenía cosas que decir esta tarde de martes. Pidió a las empresas españolas que dejen de hacer negocios en Rusia y puso el ejemplo de Porcelanosa. Pero también nos dijo que podemos hacer más. “Gracias por el armamento que ya nos han dado”, afirmó. Pero llegados a este punto, con eso y con las sanciones quizá no basta. “No tengan miedo”, añadió.

Democracia, libertad, derechos humanos y paz. Es a lo que aspira ahora el pueblo ucraniano y lo que lleva destrozando Vladimir Putin desde que decidió invadir un país que no es el suyo.

La respuesta de Sánchez sonó a cascarón vacío. Hizo un llamamiento al presidente ruso aun sabiendo que es un brindis al sol, habló de que nos queda la esperanza y mostró el apoyo de España para que Ucrania ingrese en la UE. Mientras, en las pantallas instaladas en distintos puntos del hemiciclo, Zelenski asentía con el gesto invariable. Se desenchufó en cuanto Sánchez terminó de hablar. Y volvió al horror en el que lleva instalado mes y medio.