Montero Glez

Editorial: Navona

Año de publicación original: 2024

"Un retrato es una ficción entre muchas posibles", dice Montero Glez en La vida secreta de Roberto Bolaño. Y eso es precisamente lo que él hace en este libro. Pintar retratos de algunos de los artistas más interesantes de los últimos 50 años, mojando los pinceles en la ficción para dibujar con ellos semblantes hiperrealistas.

"A Burroughs solo le faltaba morir para sentirse vivo, por eso vestía siempre con el olor y el aspecto de un muerto"

Y le salen pinturas tremendamente sugestivas. Como la del miembro más viejo y más drogadicto de la Generación Beat, William S. Burroughs , en los años en los que vivió en Tánger. Una imagen tamizada por una conversación de bar, una historia que llega al lienzo del narrador a través de la voz de un tercero, confesiones a media voz en la oscuridad de un local de la ciudad que más secretos guarda del norte de África.

Dicen que Burroughs... Cuentan que... Y entre historias y leyendas se va deslizando la idea del hombre que fue. Le llamaban El Hombre invisible, por su capacidad para pasar desapercibido. "A Burroughs solo le faltaba morir para sentirse vivo, por eso vestía siempre con el olor y el aspecto de un muerto".

Una crónica literaria

El pintor Luis Claramunt, Juan Marsé, Agujetas (un cantaor tan inclasificable que, si no le conoces, cuesta trabajo creer que fuese alguien real), Lucien Carr, Enrique Vila-Matas, el artista Miquel Barceló, Ernst Hemingway o el pintor y diseñador Ceesepe (todos hombres, por cierto), se pasean por las páginas de esta especie de novela que no cuenta una historia, las cuenta todas y las que no, las señala, para que el lector más avispado pueda explorar el camino no recorrido.

Y no solo eso, sino que estos personajes hablan de Rimbaud, leen a Henry de Monfreid, citan a Salvador Dalí... formando una estructura de creadores y creaciones que se superpone, que avanza y retrocede con la desconfianza de un animal, que crece como un entramado de células y organismos empeñados en crear vida. Porque, como dice Montero Glez, "La ciencia, al igual que la literatura, requiere un cúmulo de errores que hace felices a los hombres mientras se equivocan".

"La ciencia, al igual que la literatura, requiere un cúmulo de errores que hace felices a los hombres mientras se equivocan"

El resultado es una novela perfecta para devoradores de ídolos, para fanáticos de la literatura. Un texto ideal para los que se asoman a una novela como van a un concierto, atraídos por la figura que idolatrar, pero hipnotizados por cómo se les cuenta la historia. Y ahí Montero Glez es un animal salvaje.

Su enorme capacidad para hacer interesante la acción más intrascendental, su talento para convertir en literatura hasta el detalle más banal, hace que la lectura de este libro sea como una sucesión de caricias en el alma. Cada dos o tres líneas, una imagen poderosa, una manera diferente de contar algo sencillo, un guiño con las palabras, reconfortan, sacan sonrisas, abrazan el alma hasta a veces, incluso, hacerla estremecerse.

Y también Bolaño

Que la manera de presentar a Roberto Bolaño sirva como ejemplo de lo que vengo contando: "Conocí a Roberto Bolaño por casualidad o como se diga eso". El poeta chileno, que tanto hizo por igualar la imagen de escritor a la de vagabundo del alma, a la de eterno buscador de una verdad siempre esquiva, es parte esencial en este libro.

En un extenso último capítulo titulado Doppelgänger, Montero Glez cuenta la historia de cómo se cruzó con Roberto Bolaño en un tren de cercanías que atravesaba Barcelona hasta salir a su extrarradio. Y de cómo su relación con él fue evolucionando a una amistad epistolar e interesada a lo largo de los siguientes años.

"Conocí a Roberto Bolaño por casualidad o como se diga eso"

Y a pesar de que uno descubre las costuras de la ficción nada más empezar, y entiende que puede que lo que esté leyendo sea un pequeño corazón de verdad bañado por capas y capas de dulcísima mentira, se mete la historia en la boca y la paladea con gusto. Porque se non è vero, è ben trobato.

Y al final, de lo que se trata no es de conocer los hechos, sino de ser conscientes de la verdad. Y la verdad, muchas veces, puede estar escondida detrás de un precioso engaño.