Autor: Stefan Zweig

Traducción: Carlos Fortea

Ilustraciones: Samuel Castaño

Editorial: Alma

Año de publicación original: 1942

"Ya no pertenezco a ningún sitio, soy extranjero en todas partes", anotaba el austriaco Stefan Zweig en el prefacio de su autobiografía en 1941.

La Guerra avanzaba e Inglaterra estaba cercada por las fuerzas del Eje. Sus libros, proscritos de su lengua en Alemania y Austria. Brasil se dibujaba como una opción, quizás la única de sobrevivir a la II Guerra Mundial. De la vieja Europa al Nuevo Mundo. Los agónicos preparativos de su huida desde Bath se realizaban entre la pesadumbre de quien aceptaba el éxodo como una marca imborrable. Sin patria ni pueblo, anotó en sus Diarios: "A partir de hoy empieza otra vida para mí: ya no soy libre e independiente".

Zweig se había visto desprovisto de un país, una nacionalidad y un idioma en menos de una década

Zweig se había visto desprovisto de un país, una nacionalidad y un idioma en menos de una década. La guerra le había arrebatado una identidad que iba más allá de su lugar de nacimiento, extendiéndose hasta un tiempo, el de sus padres y su juventud, que desaparecía bajo el peso del nazismo.

En 1941, Zweig y su mujer, Lotte Altmann, emprendieron un viaje que les llevaría a Petrópolis. Desde allí, el austriaco envió el manuscrito de su autobiografía un día antes de quitarse la vida junto a Altmann, convencido de que Hitlermuy pronto dominaría todo el mundo.

Recuerdos en ruinas

Una década antes había empezado a esbozar los contornos de su Mundo de ayer. Una biografía escrita desde el humo y los restos de un hogar tomado por la intolerancia. Una montaña de escombros donde antes convivían judíos, cristianos, anglicanos y luteranos; psicoanalistas y diáconos; escultores, escritores y arquitectos. Ahora solo quedaba una corriente humana que huía de las atrocidades del Tercer Reich.

Estas memorias están escritas con la urgencia de quien solo conservaba las ideas y recuerdos de un mundo en retroceso, sin un punto hacia donde mirar. Zweig se fascinaba ante los avances de la ciencia, de la palabra inmediata y la comunicación de masas, sin dejar de apuntar hacia las ideas propagadas a través de ella: los nacionalismos cancerosos que habían dejado a la humanidad huérfana a mediados del siglo XX.

Estas memorias están escritas con la urgencia de quien solo conservaba las ideas y recuerdos de un mundo en retroceso

Una obra en contraste con las vidas de sus antepasados, de aquellos que pudieron vivirla sin interrupciones inesperadas, llamadas a la puerta a medianoche y huidas dejando todo atrás. Esta edición de la editorial Alma cuenta con una nueva traducción de Carlos Fortea, premio Nacional a la Mejor de Traducción 2023 por Los Effinger, y con con las ilustraciones de Samuel Castaño, esbozos vaporosos que afloran como la memoria, desordenados, paseándose entre las páginas como los recuerdos del escritor.

El mundo de la palabra

La nostalgia de Zweig convive entre las páginas de El mundo de ayer con una conciencia preclara. El escritor no veía solo el rastro de humo que había quedado tras sus recuerdos de juventud, también un cambio que determinaría el ecuador del siglo.

Recorrer sus páginas nos convierte en confidentes, herederos de una humanidad recortada de forma abrupta, enmarcada para los siglos posteriores en la frase de Adorno: "Cómo escribir poesía después de Auschwitz". Solo quien ya había perdido toda identidad, podía empezar a reflexionar sobre quién había sido, dejando anotaciones para quienes llegamos mucho más tarde.

Las apalabras del austriaco, lejos de prevenir la intolerancia, la detiene por un momento y la sostiene ante nuestros ojos

No es de extrañar que la publicación póstuma de las memorias de Zweig atrajese a nuevos lectores década a década. Seguimos encontrando en las palabras del austriaco un bálsamo que, lejos de prevenir la intolerancia, la detiene por un momento y la sostiene ante nuestros ojos.

El progreso se nos presenta de esta forma caprichoso, sin la justificación del ritmo imparable de la historia. Nuestros actos se vuelven mínimos e injustificables frente a un ayer construido en las letras capitulares del pensamiento y la cultura. No es complicado, al terminar de leer, sentirnos mucho más humanos de lo que éramos antes de abrir sus páginas.