
Abraham Guerrero Tenorio
Editorial: La Caja Books
Año de publicación original: 2025
"Desde adolescente, he estado muchas veces en la cárcel o encerrada en lugares que parecían cárceles", le dice Manolita Chen a una compañera de celda en un momento de La pared de enfrente. No es la frase más dura, ni la más impactante del libro, pero me ha producido una inmensa pena, sabiendo que la razón por la que esta mujer se ha pasado la vida perseguida es por ser vista por los demás como un maricón. "Así, con todas las letras, maricón", dice.
'La pared de enfrente' duele mucho porque lo que ahí se describe lo han sufrido personas reales
La pared de enfrente duele mucho, demasiado, duele porque lo que ahí se describe lo han sufrido personas reales. Duele más saber que, no contentos con habérseles hecho pasar fatal a muchos, hay quienes hoy salivan con la posibilidad de volver a esos días oscuros. Por eso el libro de Abraham Guerrero Tenorio hace tanto daño: por el pasado que fue y el futuro que muchos quieren que sea.
Manuela Saborido Muñoz, niña
Le llamaron Manuel, pero desde que aprendió a hablar y a moverse supo que a su nombre le faltaba una a para estar completo. Manuela Saborido Muñoz nació en Arcos de la Frontera, provincia de Cádiz. Fue una niña huérfana en una familia muy numerosa. Doce hijos tuvo que sacar adelante su madre.
Ella y un hermano echaban una mano en el bar que regentaba su madre, donde Manolita aprendió demasiado pronto qué era el rechazo. Los clientes se reían de ella cuando le notaban la pluma, y su madre la escondía en el patio trasero. Quizá por vergüenza, quizá para protegerla.
Manolita Chen la que no se calla, la que tiene callos en las muñecas de tantas veces que la esposaron
Habla Manolita de su infancia solitaria. Quienes la veían como un niño maricón no querían que jugara con sus hijos varones, por si les hacía algo. Y quienes la veían como un niño no querían que jugara con sus hijas, por el mismo motivo. Cuenta Manolita que solo tuvo un amigo cuando era niña, otro niño con el que nadie quería jugar y con quien ella jugaba, escondidos las dos de las burlas de los demás, en el patio trasero del bar.
Seguro que Manolita hubiera querido ser una niña como otras, con una vida aburrida quizá, pero la obligaron a vivir una existencia a veces de pesadilla, otras —sobre todo en los últimos años— más parecida a una siesta plácida de sábado. Ya de joven la perseguían para encerrarla, la obligaron a dormir en calabozos, le magullaron el cuerpo, pero nunca las ganas de vivir.
Todo aquello convirtió a Manolita Saborido en la mujer que conocemos hoy. Manolita Chen, la activista trans, pero también la madre que adoptó a cuatro niños con parálisis cerebral y una con síndrome de Down. Manolita Chen la que no se calla, la que tiene callos en las muñecas de tantas veces que la esposaron. Manolita Chen, el ejemplo para todos los que han venido detrás y que hoy viaja de aquí para allá recibiendo los aplausos que le negaron de niña.
Una vida ejemplar
En La pared de enfrenteescribe Abraham Guerrero Tenorio una novela muy poderosa que cambia a cada tanto de narrador, una elección muy interesante que obliga al lector a estar atento para construir el mapa de Manolita Chen. Narra ella, lo hace su hermano y lo harán a lo largo de sus páginas muchos de los que han pasado por la vida de esta mujer.
Nos habla de sus encierros en campos de concentración que muchos desconocen que también se erigieron en España
Empezamos el viaje en la cárcel, en uno de tantos encierros injustos que ha vivido. Nos habla de sus encierros en campos de concentración, esos que muchos desconocen que también se erigieron en España. También escuchamos lo que los demás tienen que decir y que quizá ella "olvida" contar.
Hay partes duras, muy jodidas, para qué nos vamos a engañar, pero rezuma luz y paz esta biografía novelada. Certifica que el empeño del autor no ha residido solo en contar la verdad de Manolita Chen, sino en hacerlo a su manera, con la fuerza y el optimismo que ella vive.
La pared de enfrente es una novela que ojalá no hubiera tenido que escribirse nunca, pero ya que se ha hecho hay que celebrar que se haya escrito de una manera tan hermosa.
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