Todos conocemos a Norman Bates y los problemillas que tenía con su madre, o consigo mismo.

Fuera de la ficción, Anthony Perkins también se vio obligado a esconder quién era realmente, esta vez por las presiones más abrasivas del Hollywood clásico.

Uno de sus amantes escribió un libro sobre lo que significaba estar encerrado en el armario; la industria del cine americano quería a sus actores dentro de un solo estereotipo: el del macho rompecorazones que vuelve locas a las mujeres.

A lo largo del tiempo hemos descubierto que muchos de ellos ocultaban su sexualidad, ya fuesen bisexuales u homosexuales, sólo conocíamos sus relaciones con mujeres, James Dean por ejemplo.

En su caso, actuaba dentro y fuera de la pantalla porque si bien era el icono sexual por antonomasia para las jóvenes adolescentes, él tenía otras preferencias más masculinas. Muchos han achacado sus problemas con el alcohol y las drogas a la represión que sufría.

Se casaban con mujeres y tenían hijos con ellas. Montgomery Cliff negaba su homosexualidad incluso a sus amantes.

La homofobia de Hollywood no quería ver homosexuales ni como personajes de sus películas. Tennessee Williams torturó a su personaje masculino por la pérdida de un amor, un amor que resultaba problemático, por ser gay.

La decisión fue sencilla: si en la obra de Williams se entendía claramente, en la película cambiaron el guión para eliminar cualquier rastro LGTBI.

Fue un secreto a voces, los rumores eran conocidos, pero ninguno lo reconocía. Rock Hudson rompió a patadas este sistema cuando reconoció abiertamente que tenía SIDA. Fue el primer actor que lo hizo y en la mentalidad de esa época, decir que tenías SIDA era casi lo mismo que admitir que eras homosexual.

Había que ser muy hombre para hacerlo, qué lástima que Hollywood no se diese cuenta de ello antes. ​