Allí, casi ajena al revuelo internacional que originó su hallazgo en 1995, descansa protegida por una doble urna que la mantiene a -19ºC, en la misma posición en la que fue encontrada casi por casualidad por el arqueólogo estadounidense Johan Reinhard.

"Juanita me cambió la vida, me dio trabajo", confesó Reinhard mordazmente al recordar que el descubrimiento de esta niña de unos 13 años, elegida como máxima ofrenda para los dioses incas, le permitió luego descubrir las tres momias del volcán Llullaillaco, en Argentina, cuyo estado de conservación es todavía mejor.

Aunque las llaman momias, Juanita y sus similares de Llullaillaco, el centro arqueológico más alto del mundo, a 6.700 metros de altitud, nunca pasaron por un proceso de momificación para conservar el cuerpo, pues fueron sacrificadas con sus órganos intactos, y el hielo las mantuvo tal y como murieron hasta hoy.

"La congelación es la mejor forma de conservar los cuerpos. En estos casos hasta llegan a mantener la sangre dentro", explicó Reinhard.

El arqueólogo lamentó que el rostro de Juanita, a diferencia de sus compañeras argentinas, no pudo preservarse tan bien, pues sufrió una caída de unos 200 metros hasta el cráter del volcán en la que perdió los tejidos que cubrían su cara, apenas unas dos semanas antes de que fuera encontrada.

Hasta ese momento Juanita había permanecido sepultada en hielo y nieve durante más de 500 años, pero la erupción del volcán Sabancaya, aledaño al Ampato, descongeló su tumba hasta dejarla expuesta a las inclemencias del clima.

"Entonces vi que era una mujer y sabía que hasta ese momento no había constancia de cuerpos congelados de mujeres en la cultura inca", destacó Reinhard, quien no dudó en cargar en su mochila el cuerpo congelado, de unos 44 kilos de peso, y bajarlo de la montaña para evitar que se degradara más.