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SIN TENER QUE VERSE CARA A CARA

Los SMS de la Guerra Fría: así era el sistema ultrasecreto de mensajes de la CIA

Para evitar la vigilancia de los servicios secretos de la URSS, los agentes de la CIA empleaban un sistema con el que intercambiaban mensajes de texto sin necesidad de verse cara a cara. Con las Short-Range Agent Communications bastaba con que estuvieran situados a varios cientos de metros para que la información pasara de un dispositivo a otro.

El famoso teléfono rojo

El famoso teléfono rojo Dennis van Zuijlekom en Flickr CC

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Ahora respiramos aliviados al recordar aquel periodo tan convulso de la historia. Tras muchos años de tira y afloja, ni Estados Unidos ni la Unión Soviética se decidieron a dar el paso definitivo de medir sus fuerzas en el campo de batalla. Eso sí, ambos contendientes se conocían a la perfección: estadounidenses y soviéticos sabían de las artimañas que empleaba su rival. O eso creían.

Para que los oponentes no se hicieran con sus valiosos secretos, ambos bandos desarrollaron sofisticados sistemas de comunicación que permitían a los agentes desplegados sobre el terreno transmitir mensajes sin que los interceptara el enemigo. La CIA utilizó en la década de los 80 la tecnología Short-Range Agent Communications (SRAC), que fue la antecesora de los mensajes de texto SMS que aún hoy podemos mandar con nuestros móviles.

Entre los dos pequeños dispositivos que formaban el artilugio, no más grandes que una caja de cerillas, los agentes podían transferir textos de varios miles de caracteres siempre que estuvieran situados dentro de un área determinada. No era necesario que se encontraran en un mismo punto: bastaba con que estuviesen separados por varios cientos de metros de distancia para que el mensaje se enviase correctamente. Solamente tenían que acordar un lugar determinado y prefijar un horario para que la comunicación se produjese.

Aunque la mayor parte de quienes llevaron a cabo esta labor comunicativa en el bando norteamericano eran agentes de la CIA, preparados como sus homónimos del KGB soviético para pasar información sin levantar sospechas, de cuando en cuando surgía algún improvisado espía infiltrado en campo enemigo. Si no, que se lo digan a Estados Unidos, que recibió el apoyo que del ruso Adolf Tolkachev.

Tolkachev

De hecho, tras casi un año tratando de ganarse la confianza de los responsables de la CIA en Moscú, él fue uno de los primeros en utilizar la tecnología de la SRAC el 13 de marzo de 1983. Este ingeniero, encargado de supervisar el desarrollo de radares en el instituto de defensa estatal de la URSS, consiguió que los responsables de la inteligencia de Estados Unidos accedieran a recibir sus filtraciones. Y aunque al principio las comunicaciones se realizaban por medio de notas de papel, poco a poco, a medida que la confianza aumentaba, las técnicas para el traspaso de información fueron más sofisticadas.

Contrario al sistema político e ideológico de su país, Tolkachev decidió echar un cable a los estadounidenses y mostrarles detalles de los radares soviéticos. Antes de sus filtraciones, la Inteligencia norteamericana no sabía que sus aviones de combate podían ser detectados por los cazas soviético cuando pasaban bajo ellos. En la base en la que trabajaba este ingeniero habían diseñado un radar que, incorporado a la parte inferior de los aviones, detectaba a los enemigos que volaban bajo él y abría fuego para derribarlos.

Este detalle, que podría haber sido determinante en caso de haberse desencadenado la guerra, llegó a manos de la CIA gracias a la insistencia de Tolkachev. Pero ahí no acabó todo. La colaboración de este soviético con los supuestos enemigos de su propio país se prolongó durante varios años y fueron muchas las informaciones que pasó al bando contrario. Y, entre otras técnicas, para ello emplearon las Short-Range Agent Communications.

Una vez al mes, en el lugar que habían pactado y siempre alternado para evitar levantar sospechas entre los espías de la KGB, este colaborador de la Inteligencia norteamericana se citaba con sus contactos de la inteligencia norteamericana en un lugar. Cuando llegaba, dejaba una señal y el agente yanqui sabía que en su dispositivo tendría que recibir nuevas informaciones. Aguardaba unos minutos en ese mismo lugar, desde el que no veía a Tolkachev, y se marchaba.

Esta tecnología utilizaba las frecuencias de radio, que resultaban más complejas de interceptar que las que se emplean en las comunicaciones de larga distancia o en las llamadas telefónicas. Empleando el SRAC, evitaban las reuniones cara a cara o los encuentros en ciertos lugares que siempre podían hacer sospechar al bando rival. Tan solo tenían que almacenar sus mensajes en el transmisor, echárselo al bolsillo, llegar al lugar acordado y así el mensaje se enviaría.

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Es más, habían diseñado también un sistema para certificar que la información había llegado correctamente o, en el caso contrario, advertir a sus compinches de que tendrían que hacer un nuevo intento. En función del resultado, Tolkachev y la persona con quien se comunicaba debía aparcar de una determinada forma y en un lugar concreto el coche. Tan solo en una ocasión tuvieron que repetir las comunicaciones.

Tal era la pericia con que realizaban todas estas artimañas que nunca nadie les cazó. Sin embargo, antes de que la Guerra Fría acabase, el destino de este ingeniero y agente secreto improvisado dio un giro dramático. Tras más de siete años prestando su colaboración al bando norteamericano, según relatan algunas versiones, fue delatado por un exagente de la CIA y las autoridades soviéticas le dieron caza de forma inesperada. Tanto, que no pudo siquiera tomarse la píldora que acabase con su vida. Fue juzgado y, como ocurría en aquellos momentos de tanta tensión, ejecutado.

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