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EL SECTOR CULTURAL INTENTA ADAPTARSE AL PASO DEL SOPORTE FÍSICO AL ARCHIVO, Y LUEGO A LA NUBE

Industria cultural: lo que la nube se llevó

La rápida progresión tecnológica ha hecho que el consumo de música en la nube coma cuota de mercado a los soportes musicales físicos. Y no se trata sólo de CDs o DVDs, también de archivos digitales como los mp3.

Imagen de Creation 5, un reproductor para iOS

Imagen de Creation 5, un reproductor para iOS Creation 5

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Si eres de los que ha rebobinado cintas de cassette con un bolígrafo bic en el mejor de los casos debes peinar canas -en el peor ya te resultará complicado peinarte-. Pero no hace falta remontarse tan atrás para haber vivido en primera persona un cambio de soporte en el mercado cultural. De hecho, tampoco es 'tan' atrás: hace apenas década y media los cassettes y las cintas VHS todavía inundaban el mercado, y los periódicos y libros de papel vivían con serenidad.

Sin embargo desde entonces hasta ahora la irrupción de las nuevas tecnologías ha ido cambiándole la cara al sector. Primero fueron los CDs y DVDs, después la digitalización y distribución de archivos a través de internet, el P2P, las descargas de audio y vídeo y, finalmente, la aparición de soportes digitales de lectura y conexión a internet.

Contado así parece que haya pasado una eternidad entre uno y otro extremo, pero no ha sido así. De hecho, justo cuando la industria empezó a verle las orejas de las descargas ilegales al lobo, empezó a irrumpir lo que podría ser la solución del sector: esos mismos soportes digitales que han ido implantándose en una enorme cuota de la sociedad a pasos agigantados -smartphones, e-readers o tablets- han traído consigo un mercado más o menos cerrado que ha supuesto una segunda revolución en el sector. Igual que la gente ya no compra cassettes, VHS, CDs, DVDs, periódicos o libros de la forma en que lo hacía, también han dejado de encontrarse gigantescas bibliotecas de archivos descargados en los ordenadores.

¿Ha muerto el P2P? ¿La presecución a la piratería ha triunfado? Más que todo eso es que el cambio del mercado ha hecho que todo eso, que hace cinco años era el centro de las preocupaciones del sector cultural, haya pasado a otro plano.

La música ahora no se almacena, ni físicamente ni con archivos, sino que se compra dentro de un programa o se escucha desde la nube. Los libros claro que se piratean, pero también se compran en entornos digitales cerrados y asegurados, con precios que van bajando tímidamente intentando conseguir cuota de mercado. Las películas ya no se alquilan en videoclubs o se compran para guardar en la estantería: el alquiler por días a través de televisiones de pago, las taquillas de visionado o la compra a través de tiendas online empiezan a ser el nuevo estándar.

Frente a gigantes nacidos en internet como Amazon, las tiendas físicas como Fnac, La Casa del Libro o El Corte Inglés explotan su tienda online y la venta de ebooks. Junto a la televisión tradicional otros canales llegan en plataformas como Imagenio u ONO, que añaden televisiones de pago, además de aplicaciones orientadas al alquiler o compra de contenido televisivo o cinematográfico, como Total Channel, Wuaki o Filmin.

¿Quiere esto decir que no hay descargas ilegales? Claro que las hay, y en números enormes, según se estima. En realidad, es difícil cuantificar el impacto económico de la piratería por no ser una actividad regulada y medida. Las estimaciones de ADESE en el primer semestre de 2011 hablaban de un impacto total en la industria cultural de 5.229,4 millones de euros, de los que 2.746,4 millones los perdía la industria de la música, 1.401,6 millones el cine y 288,2 millones el sector del videojuego. Un año después, la llamada 'Coalición' de creadores aumentaba las cifras para el cómputo total de 2012: estimaron a través de encuestas que el 86% del contenido se pirateaba en España, con un impacto de 15.204,7 millones, de los que 6.948,8 millones eran los que perdía el sector musical, 4.332,1 millones el de los videojuegos, 3.338,2 millones el de las películas y 585,6 millones el de los libros.

Pero también quiere decir que cada vez hay una mayor y más variada oferta de contenidos musicales, televisivos o de lectura en un entorno digital -tiendas de aplicaciones- y a precios competitivos, lo que es un factor disuasorio al menos para quien piratea por falta de alternativas económicas pero dejarían de hacerlo si lo que tuvieran que pagar fuera sensiblemente inferior a lo que se pagaba.

Toda esta evolución tiene una serie de consecuencias. Por ejemplo, ¿quién se acuerda de Napster? ¿Y de Audiogalaxy? Sí te acordarás, sin embargo, de WinAmp, que recientemente cerró sus puertas. No era el último reproductor del mercado, ni mucho menos, ya que hay alternativas diversas, pero su adiós abrió una pregunta que ilustra el momento de cambio del sector: si la gente empieza a tender a consumir la música 'en la nube', y ya no la tiene físicamente, ni en soporte ni en archivo, ¿me sirve realmente de algo un reproductor?

Centrando el tiro en la música, las dos aplicaciones online del momento han sabido responder a esta pregunta: tanto iTunes como Spotify integran desde hace tiempo la posibilidad de reproducir a través de sus programas la música que les compras a ellos, pero también la que tienes tú localmente, como mp3. Y eso a pesar de que son de naturaleza bien diferente: iTunes es la puerta de entrada a la compra y consumo de productos audiovisuales, musicales y literarios de Apple, mientras Spotify no trabaja la compra de música sino la suscripción a un servicio de streaming. En el horizonte otros como Pandora -que ya sólo funciona en EEUU, Australia y Nueva Zelanda-, Deezer, Grooveshark o Rdio.

Claro, que aún se pueden conectar ambos mundos, el de la nube y el físico, por ejemplo grabando en un CD de música o en un disco duro todo lo que tenemos en iTunes. También en esa línea hay reproductores para todos los gustos, algunos centrados en el diseño y la usabilidad, que van precisamente en el sentido de sumarse a ese cambio: no ser un mero reproductor de la música que se tiene almacenada, sino también permitir la conexión con estos servicios de streaming para ofrecer una interfaz unitaria o un servicio más completo.

Sucede, por ejemplo, con Shazam -la app que permite identificar música- y la ya citada Rdio, o Creation 5. Con un diseño pensado para reproductores físicos de Bang&Olufsen, esta app permite reproducir música y vídeos locales o adquiridos a través de iTunes o Rdio, con soporte para AirPlay y DLNA -discos duros inalámbricos, por ejemplo-, leyendo formatos como mp3, wma, aac, mp4 o mov. Es una interfaz atractiva para dispositivos de Apple que de ampliar su compatibilidad a otras plataformas en la nube como Spotify podrían marcar el camino a seguir en esta nueva evolución del mercado cultural.

El problema de este caso en concreto es el de casi siempre, el precio: ¿vas a pagar 15 euros por un reproductor cuando por diez euros tienes música ilimitada durante un mes?

El diseño y la usabilidad no lo es todo, aunque posiblemente la integración de diferentes fuentes y formatos sí sea una buena pista de qué puede venir en el futuro.

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