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NO TE CREAS NI LO QUE VES

El profesor que fingió un tiroteo y demostró que los testigos oculares siempre se equivocan

A pesar de que tendemos a pensar que si hemos presenciado un hecho éste tiene que ser necesariamente real, en verdad no nos podemos fiar demasiado de lo que vemos, y mucho menos de lo que dicen haber visto los demás.

Justicia

Justicia Agencias

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La fragilidad de nuestros sentidos ha sido puesta en evidencia a lo largo de un siglo de experimentos psicológicos. Por ejemplo, ni siquiera los testigos oculares de un crimen son fiables.

Así lo puso de manifiesto la magistral película de Sidney Lumet 'Doce hombres sin piedad' en 1957, aunque ya lo había demostrado un siglo atrás un profesor de criminología de la Universidad de Berlín.

Sucedió en 1902, cuando tuvo lugar una discusión entre dos estudiantes en un aula de la Universidad de Berlín. La discusión fue subiendo de tono hasta que uno de los alumnos sacó una pistola y apuntó al otro, amenazándolo de muerte. Justo entonces, un profesor intervino para calmar la situación. Al final hubo un disparo al aire y una pequeña desbandada.

En realidad, toda aquella escena había sido una pantomima dirigido por Franz Eduard Ritter von Liszt (nada que ver con el compositor del mismo nombre), un profesor de criminología de la universidad que pretendía evaluar la fiabilidad de los testigos oculares frente un hecho delictivo.

Tras llevarse al autor del disparo, se solicitó a los conmocionados estudiantes que aportaran su versión de los hechos, incorporando todos los detalles que fueran capaces de recordar. A pesar de tratarse de una clase de estudiantes de derecho, familiarizados con los problemas implicados al dar testimonio, los resultados fueron profundamente perturbadores para Liszt: en el mejor de los casos, los relatos de los testigos erraban en el 25% de los hechos, en el peor hasta en el 80%.

Como el propio Liszt escribiría, "a hombres que habían sido mudos espectadores durante todo el breve episodio se les hizo decir cosas que no pensaban; a los principales participantes se les atribuyeron acciones de las que no había ni el menor rastro, y se eliminaron completamente partes esenciales de la tragicomedia de la memoria de una serie de testigos".

Diversos estudios psicológicos que se han repetido desde entonces sugieren resultados similares en la inexactitud de los testigos oculares. Sin embargo, continuamos teniendo una fe intuitiva en los relatos de primera mano, incluso en el ámbito legal, donde un inocente puede ser condenado a pena de cárcel.

Somos expertos fabuladores

Eso ocurre porque, a pesar de que hemos considerado siempre, todos somos expertos fabuladores, incluso cuando pretendemos explicar cosas que hemos visto o recordar hechos del pasado. Bajo el influjo de nuestras experiencias somos incapaces de ser una autoridad irrefutable y tendemos a la subjetividad y dar coherencia a los hechos en función de nuestros prejuicios u otros sesgos cognitivos.

Tal vez la expresión más inquietante sobre la fragilidad de nuestros relatos sobre los hechos sea una variante del experimento de Liszt realizado por Robert Buckhout, profesor del Brooklyn College, en 1973. Durante las noticias locales de la NBC de la ciudad de Nueva York, Buckhout logró que se emitiera un breve vídeo en el que un chico vestido con chaqueta de cuero, deportivas y sombrero se abalanza sobre una mujer que pasa por un pasillo, arrancándole el bolso y echando a correr en dirección a la cámara de vídeo.

Más tarde, la NBC mostró una rueda de reconocimiento con seis sospechosos del hurto, junto a un número de teléfono para que los telespectadores pudieran participar en la identificación del culpable.

Se recibieron 2.145 llamadas. El auténtico culpable recibió 302 votos. Es decir, el 14,1% del total, que es casi lo mismo que le correspondería si hubiéramos repartido la culpabilidad entre los seis. Sin embargo, lo más chocante fueron los resultados obtenidos tras mostrar el vídeo a expertos como jueces y abogados: lo hicieron igual de mal, demostrando que la condición de experto tampoco era suficiente para evitar nuestra fragilidad de nuestra memoria.

La idea de que los más escépticos sólo creen en lo que ven debería reconvertirse a 'los escépticos no se creen ni lo que ven, sólo creen en lo que puede demostrarse o puede explicarse cómo funciona'.

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