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COLECCIONES CIENTÍFICAS

Museos de ciencias: por qué recoger y archivar especies no es mero coleccionismo

La mayor parte de la población los entiende como centros educativos o de entretenimiento, y su misión investigadora muchas veces es desconocida para el gran público. Los grandes museos de ciencias naturales y jardines botánicos son custodios de tesoros insustituibles: las colecciones científicas

Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid

Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid Wikipedia

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Para la mayoría de nosotros un museo de ciencias naturales es, sobre todo, un lugar que se visita para pasar un momento de ocio o para aprender algo. Como visitantes, es normal que entendamos la razón de ser de estas instituciones en su vertiente que está proyectada hacia afuera: en el museo se exhiben fósiles de dinosaurios, cristales de formas sorprendentes, y animales exóticos disecados, ¿cómo no pensar que esta vocación exhibitoria es el fin último de estos lugares?

Sin embargo, aunque pueda extrañar, la mayoría de los grandes museos históricos surgieron sobre todo como centros de investigación, como 'cuarteles generales' en los que se reflexionaba y se interpretaba, especialmente a partir del siglo XIX, la biodiversidad del mundo que apenas empezaba a explorarse científicamente desde un punto de vista moderno.

Pues bien, el denominador común de muchas de estas grandes instituciones históricas y gran parte de las modernas es que crecían y crecen alrededor de una colección científica. Si bien en los jardines botánicos una parte de esa colección está viva, en este texto nos centraremos en uno de los elementos más valiosos (pero no siempre bien comprendidos) de museos y jardines botánicos: las colecciones de especímenes muertos.


Herbario del jardín botánico de Nueva York (Rafael Medina)

La trastienda de un gran museo esconde salas que el público general no visita normalmente, pero que son lugar de trabajo de científicos tanto locales como visitantes de otras partes del mundo, que viajan ahí, precisamente, para conocer la colección.

Estas salas a menudo están acondicionadas (con una temperatura y humedad constantes) para preservar los especímenes, algunos de los cuales pueden tener siglos de antigüedad: insectos disecados y ordenados en cajas, plantas prensadas y extendidas sobre hojas de papel, pieles de mamíferos y aves extendidas cuidadosamente en filas interminables de cajones, y armarios llenos de frascos de alcohol con gusanos, peces o los organismos más raros que uno pueda imaginar.

A las 'almas sensibles' a veces les desagrada visitar estas colecciones, que perciben como un gran cementerio, y se preguntan por la utilidad de lo que podría parecer un coleccionismo estéril. Nada más lejos de la realidad: los especímenes de una colección científica son las únicas pruebas documentales verdaderamente científicas para muchas disciplinas de la biología que tratan de explicar la biodiversidad.

Resultan imprescindibles, para empezar, si queremos estar seguros de los conceptos taxonómicos. Cuando se le pone un nombre científico a una especie, la práctica habitual exige que se deposite un espécimen de referencia (un tipo) en un museo o herbario. De esta forma, si en el futuro surgen dudas sobre la identidad de un organismo, en última instancia se puede comparar con este espécimen tipo. Pero un solo individuo no es suficiente para reflejar la variabilidad de las especies, y no siempre un investigador va a tener a su disposición el tipo, que puede custodiarse en la otra punta del mundo.

Tener una nutrida colección de referencia es, muchas veces, la única garantía para poder investigar de forma satisfactoria. Por eso estas colecciones se entienden como el tesoro más valioso de un museo. Los centros más prestigiosos a nivel mundial (el Natural History Museum de Londres, el Smithsonian en Washington, o el herbario del jardín botánico de Berlín) cuentan con millones de especímenes de todo el mundo y suponen un patrimonio de valor incalculable sólo comparable al de los grandes museos artísticos.


Colección de aves en el Museo de Ciencias Naturales de Harvard (Wikimedia)

Sin embargo, el potencial de las colecciones científicas va mucho más allá de ayudarnos a mantener una coherencia en la forma en la que entendemos y nombramos a las especies. Una colección bien nutrida de las plantas de un área a lo largo de las décadas, por ejemplo, puede aportar información muy relevante sobre el cambio climático al demostrar que las fechas de floración se están adelantando significativamente. Se pueden hacer estudios de parásitos de los especímenes o de contenidos en metales pesados, o de historia de la ciencia (estudiando a las personas que estaban detrás de esos especímenes y cómo trabajaban).

Además, es un hecho conocido que muchas de las especies aún no descubiertas de animales, plantas y de todo tipo de organismos están aguardando en los rincones de estas colecciones, esperando a que algún científico las reconozca como lo que son. Finalmente, un argumento añadido para entender su valor es que los especímenes conservados en instituciones científicas son a veces el único testigo que queda de algunas especies que se han extinguido para siempre.


La colección del Smithsonian conserva más de 100.000 especímenes tipo de insectos (MNH Smithsonian)

Debido a que la trastienda de los museos sigue siendo muy desconocida para el gran público y a que las colecciones no siempre se entienden correctamente, muchas instituciones están abriendo esas puertas normalmente cerradas para que los visitantes conozcan un poco mejor lo que ocurre tras las bambalinas.

Los museos del siglo XXI a menudo incluyen visitas guiadas a las tripas de las colecciones más añejas, normalmente no expuestas, o permiten la interacción con los científicos, haciéndoles trabajar de cara a los visitantes.

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