Toda una aventura, es lo que supone hoy por hoy, llegar a Cortes de Pallás. Con la carretera todavía sepultada por la montaña, la alternativa más rápido es la barca.

Una vez en la orilla, a Manolo, el cartero, les espera una caminata de casi un kilómetro hasta llegar arriba. Cargado con todas las cartas, sube por un camino escarpado de piedras y tierra. "Para acceder al pueblo hay que hacer labores de alpinista", comenta.

Y para colmo, la mayoría son facturas. Una vez arriba una lanzadera le lleva hasta la plaza. En el pueblo, la vida sigue. La fruta, verdura y demás suministros llegan con dificultad, pero llegan.

Ángeles, propietaria del bar del pueblo, se lamenta de que la clientela motorista le llenaba las mesas los fines de semana. "Ni motos ni ciclistas, esto es horroroso", explica.

En el caso de Luz, que es enfermera, acaba turno y sale disparada. Dos veces a la semana se ve obligada a coger la barcaza y la senda para salir y para entrar a Cortes. "Es muy duro el camino, soy una persona mayor", ha explicado.