Cuando Luis Bárcenas decidió instalar su fortuna en Suiza, procuró prestar atención a todos los ciudados. Era el año 2001 y fíjense en la orden que le había dado a su banco: "No llamar nunca al cliente en España". Pero conforme fueron creciendo sus cuentas corrientes en el país helvético, donde según él mismo llegó a acumular hasta 38 millones de euros, el extesorero fue bajando la guardia.

Tanto que su gran pasión, el esquí a todo trapo, acabó quitándole la careta ante las autoridades. Fue en realidad un viaje a Alaska para practicar el heliesquí cuando cometió el gran error. Pidió a su banco suizo una tarjeta con un límite 25.000 euros pero la empresa encargada de concederla se la negó al asegurar que no podían dar tarjetas a imputados. "Desafortunadamente no podemos expedir una Top Card para Luis Bárcenas" rezaba la negativa.

Este contratiempo debió de dejarle mal sabor de boca y solo tres meses después quiso aclararle a su agente en Suiza, que no era más que un perseguido político. "Esta semana he decidido dejar mis funciones en el Senado. Ante la injusticia de esta persecución política he tomado esta decisión para poder protegerme".

La persecución que sentía Bárcenas, sin embargo, no hizo mella en su talento bursátil y se llevó parte del dinero a Irlanda. "Te instruyo para que vendas 130.000 acciones de Deutsche Telekom a precio de mercado. El importe de la venta deberá reinvertirse en el Fondo Irlandés Valorica Global Return", reza una de las órdenes firmadas por el extesorero del Partido Popular. Pero su habilidad tenía un límite. Ahora no puede ir ni a Armenia, ni a Alaska. Incluso para esquiar en Andorra necesita el permiso del juez.