No es una protesta, eso ya pasó, ahora es una revolución y por eso, todo vale, piensan algunos, una excavadora para enfrentarse a la policía e intentar llegar hasta el edificio del gobierno.
Es la obsesión de los manifestantes, detener al ejecutivo que consideran traidor, bloquear sus edificios, sus accesos, asfixiarle y la rabia sube, después de una noche con cientos de heridos, de piedras volando, de gases lacrimógenos para responder a bengalas de heridos escondidos tras una ambulancia, mientras el resto continuaba la batallla.
Les habían echado de la plaza de la independencia que tanto sabe de revoluciones, y no pararon hasta que consiguieron volver. En la retaguardia, avituallamiento y hasta rezos para unos manifestantes que han tomado el ayuntamiento como cuartel general. Allí han dormido, se han hecho fotos, han demostrado su fuerza, se han parapetado pidiendo la dimisión del ejecutivo, que convoquen elecciones, que no les obliguen a seguir siendo el hermano pequeño de Rusia.
Ccon razón o no, Ucrania se despierta con miedo a que la violencia se vaya de las manos, algo que consiguieron evitar en la revolución naranja de 2004. Hoy, el enfado se ha enconado, las divisiones se han agigantado con una huelga general convocada y los ministros sin poder llegar a sus despachos, el país tiembla en parte de indignación y en parte, de miedo.