No me gusta el verano. A ver, sí me gusta, pero soy de Madrid. En el mes de julio, esta ciudad se convierte en un absoluto infierno de 40 grados de calor seco y abrasador: si pudiera, huiría de aquí a cualquier sitio en el que se pudiera salir a la calle sin sentir que te golpean con la puerta de un horno en la cabeza. El calor me molesta, me vuelve (más) irascible y me aplasta. Las peores cosas de la vida nos quitan el sueño: el calor de Madrid en julio es una de ellas.

Aun acotando mi odio al calor al mes de julio en Madrid y suponiendo que en las dos estaciones no hubiera vacaciones, prefiero el invierno. Pero claro, prefiero el invierno de Madrid. No somos muy conscientes de que el gran patrimonio de España es la luz. Tener luz, y es más, nuestra luz, es un privilegio absoluto. Siempre que voy en verano a alguna ciudad más guay que Madrid, pongamos Berlín, pienso que quizá podría vivir allí. Que me gustaría, vaya. Pero luego imagino inviernos sin luz y con nieve, o directamente con nubes y lluvia como en Londres, y me lo repienso todo y concluyo que no estamos tan mal en una ciudad tan grande, cada vez más deshumanizada y con una contaminación que resulta agobiante. Todo por la luz. Por los días soleados de invierno en los que, por muy cursi que suene, me siento razonablemente feliz solo por verlos.

'En mi casa no entra demasiada luz estos días'

Cuando empezó el confinamiento, allá por el mesozoico de hace dos semanas, y vi que llegaba mal tiempo, pensé: mira, de lo malo-malo no tendré la morriña de salir a la calle. Como ya sabréis, y si no lo estáis empezando a imaginar, no soy el ser más sociable del mundo. No soy el típico español que se muere sin una cervecita en una terracita. Sí, soy de los que odia, además, el sufijo -ita. Pero en mi casa no entra demasiada luz estos días. Llueve, suele haber nubes, y eso sí que es un plus de tristeza que no pensaba que iba a sumar a esta especie de depresión latente que sufrimos todos cada día que pasa. Una cosa es ser el rancio que prefiere el aire acondicionado a la terraza y otra, esto que nos está pasando.

He dejado de consumir medios de comunicación, leo muy pocas redes sociales e intento enterarme de las menos noticias posibles. Mi naturaleza de periodista me impide estar totalmente desconectado, porque es superior a mí, pero si esto sigue así, en un mes no sabré nada de lo que pasa. Sé que vienen dos semanas de absoluta pesadilla y que solo nos queda no salir de casa y, quien crea en eso, rezar. Tenemos que estar preparados para eso y agarrarnos a las pequeñas cosas que nos ayuden a sobrellevarlo.

Y para eso necesito que entre luz por la ventana. De verdad que lo necesito. Puede que os parezca una gilipollez, pero supongo que cada uno necesitamos unas cosas. Hay quien necesita una aplausada buena a las ocho y volver a casa llorando. Otros necesitáis leer la cuenta de Twitter de Díaz Ayuso para calentaros bien la cabeza. Yo no. Yo solo quiero que entre luz en mi casa, ser pequeñito como mi hijo H para caber en la ventana y darme un baño de sol frío.