El siglo XXI llegó al mundo anunciando el terror y hace unos días se conmemoró el vigésimo aniversario de su nacimiento, cuando los aviones secuestrados por el terrorismo islamista impactaron contra las Torres Gemelas. Primero contra una, luego contra la otra. Sin concesiones.

Recuerdo que aquel día acababa de llegar de la playa y estaba preparándome la comida; escurriendo los espaguetis en una raqueta de tenis, al estilo de Jack Lemmon en 'El apartamento'. Nunca enciendo la tele para comer. Me gusta el silencio o la buena música; por eso recuerdo también que, por los altavoces, sonaba Ben Webster; el cálido sonido de su saxo me acompañaba en aquellos momentos que iban a cambiar el mundo, aunque yo aún no lo supiese.

Fue el vecino, hablando a gritos por el teléfono, el que me inquietó tras el tabique. "Un avión se había estrellado contra una de las Torres Gemelas", decía. Entonces enchufé la tele y, en ese preciso instante, un segundo avión impactaba contra la otra torre. Me olvidé de Ben Webster, de la raqueta de tenis y de todo lo que tuviera que ver con el placer, pues el dolor había encontrado sitio en aquel garaje de Tarifa donde vivía con mi compañera. Nuestro apartamento.

La lección de periodismo que dieron Matías Prats y Ricardo Ortega, narrando los acontecimientos a tiempo real es de las que quedarán para siempre en el imaginario colectivo. La templanza de Matías y la prudencia de Ricardo a la hora de dar cuenta de unos hechos tan brutales tendría que ser referencia para el periodismo de hoy en día, donde la sensatez escasea y no se contrastan las noticias, originando juicios de opinión que se convierten en prejuicios cuando nuestra clase política los maneja.

El otro día, en esta misma cadena para la que ahora escribo, el reportero Gervasio Sánchez recordó a Ricardo Ortega y lo hizo desde el espíritu crítico, denunciando que su trabajo como informador se vio menguado por las presiones del gobierno de entonces. Para quien no lo sepa aún, por aquellos tiempos el presidente era José María Aznar, que se creyó Napoleón y se hizo coleguita del Bush y del Blair, presidentes con los que tomó parte de una guerra cuyos resultados saltan a la vista cada vez que busquemos en Google la palabra Afganistán.

Un acto terrorista como el ataque a las Torres Gemelas fue contestado con otro acto terrorista como lo fue el bombardeo sobre Afganistán, de seguido. Conviene explicar que el terrorismo no es guerra, sino teatro de guerra, es decir, una agresión contra la población civil. Ricardo Ortega lo sabía y lo decía. Por eso fue relegado.

Para terminar, no viene mal sugerir uno de los libros más singulares que se han escrito sobre los conflictos bélicos en Oriente y sobre el paisanaje que deja tras de sí el terror. Se titula 'El hombre mojado no teme a la lluvia' (Debate) y viene firmado Olga Rodríguez, una de las mejores reporteras de la actualidad. Se trata de una crónica periodística coral que ha sido armada con distintas voces, todas ellas de víctimas del terrorismo imperialista en Oriente Próximo.

Entre sus páginas podemos encontrar la carne y la sangre de la gente anónima que sufre el terror; la parte humana que, en tiempos de conflicto, es contemplada como estadística por el criterio cuantitativo de los dueños de las hambres y de las fronteras; los mismos que nos enredan en batallas que poco o nada tienen que ver con nuestros intereses. Porque nuestros intereses, los intereses de la gente de bien, andan muy lejos de la barbarie.