Por lo que llevo vivido, no recuerdo tiempos tan oscuros como los presentes. El entusiasmo y la esperanza han quedado enterrados bajo los escombros de la utopía. Por si fuera poco, las personas que nos acompañaron a conquistar lo imposible, han dejado caer sus caretas y forman parte de la ecuación bélica donde las armas suman cadáveres.

No es que hayan vendido su conciencia por un mísero plato de lentejas; no. Es que nunca la tuvieron. Para ellos, la izquierda es una pose, una manera de quedar bien con los medios de comunicación que los contratan. Llegados aquí, sólo queda asomarse a la calle para ver la realidad. La izquierda ha quedado exterminada; en su lugar, la extrema derecha capitaliza el descontento social. En política no hay significantes vacíos de significado, y cuando la calle se vacía de política, ese vacío lo ocupan fuerzas opuestas a la realidad social, es decir, la derecha campando a sus anchas en su dimensión extrema. Es la ley de la calle.

Tras las elecciones en Castilla y León, con los acuerdos que se han llevado a cabo, y por los cuales la extrema derecha ha entrado en las instituciones, las gentes del PSOE se preguntan cómo es posible esto. Todavía no saben que tanto aquí, como en Ucrania, a toda causa le sigue un efecto. Por lo mismo, el efecto institucional de la llegada de la extrema derecha responde a una causa mayor que no es otra que la de la política social del PSOE, cuyo servilismo al Capital ha contribuido a hacerle el trabajo sucio a la derecha. De esta manera, cuando la derecha llegue al gobierno, tendrá vía libre para campar a sus anchas.

Un Estado, cada vez más raquítico, que se ha dejado secuestrar por el Capital y que no tiene capacidad para regular los precios de las necesidades primarias es un Estado enfermo en situación terminal. La debilidad de nuestros gobernantes ante los abusos de las corporaciones traen como resultado un descontento que se traduce en las urnas. No hay que echarse las manos a la cabeza. Hay que saber que, con la llegada de la extrema derecha a las instituciones, la cosa seguirá igual. No hay que engañarse.

Porque los partidos de masas buscan su sitio en el gobierno para servir al verdadero poder, es decir, al Capital representado por los hombres de negro de Bruselas. Con todo, lo preocupante no es la pira fúnebre institucional, no; lo preocupante es la calle que, vuelvo a decir, ha quedado vacía de movimiento político. Debido a esto, como reflejo social, la extrema derecha ha llegado a las instituciones.

Hace unos días ha salido un libro con el título 'Antifascistas' (Capitán Swing) donde su autor, el periodista Miquel Ramos, nos cuenta la historia de la extrema derecha en España tras la muerte de Franco, cuando la Transición vino mojada por la sangre de grupos parapoliciales junto al terrorismo de Estado, a lo que poco más tarde se añadió la llegada de pandillas skinheads y toda la violencia que supuso. Es un libro necesario, en el que no sólo se repasa la historia de los movimientos fascistas en nuestras calles, sino las diversas luchas en su contra y el papel que jugó la cultura y el periodismo crítico en la citada lucha.

Esperemos que este libro se convierta en una obra de referencia, y que nos sirva como herramienta para actuar ante la llegada inminente de una catástrofe. Porque la ruina va a ser inmediata. Habrá que ver entonces a todos aquellos a los que la careta de izquierdistas se les ha caído al suelo. Cuando vayan a agacharse a recogerla, el mismo Capital que los ha utilizado, les pegará una patada en el culo. Así es como se escribe la ley del más fuerte.