Ahora mismo, tal y como están las cosas, a un libro recién publicado se le dan unos días para que encuentre su público. Si pasados esos días los números no son suficientes, el libro vuelve al almacén y de ahí al saldo. Eso en el mejor de los casos; la mayor parte de los libros son triturados, convertidos en pasta de papel para entrar en la rueda de una economía circular donde -en este caso- se desecha lo válido para ensalzar lo inútil.
La vida de un libro se hace cada vez más corta. Por eso, si te dedicas a darle a la tecla y no quieres nacer clínicamente muerto, lo mejor es montártelo de youtuber, influencer, discjockey o de cocinillas creativo, oficio de éxito cuyo personal triunfa en el mundo del libro escribiendo recetas donde se explica, con todo detalle, cómo cocinar un canasto de cangrejos castradores sin que queden secuelas en tu apéndice sexual. No sé si me explico, pero ahora vale cualquier modalidad que te convierta en un jodecoños de la librerías. Porque lo del criterio cualitativo, aquí como que se la pela a las personas que hacen cola a la espera de la firma y el chelfi o como se diga eso.
Con estas cosas, el amigo Gervasio Posadas se ha montado una novela que es una crítica a la vida cotidiana; el día a día donde "el parecer" resulta más importante que "el ser". Y para ello se ha servido de un padre divorciado como protagonista, el típico tío que intenta acercarse a su hija salvando eso que llaman "abismo generacional".
La novela se titula 'El fracaso de mi éxito' (Espasa) y ahora ando enganchado a ella, a la sombra de los calores que han aparecido así, de repente, como quien no quiere la cosa. Se trata de una novela escrita con frescura y sin pretensiones, y eso es lo bueno; trae el aire de literatura popular que tienen las historias narradas de un natural sencillo, con esos toques de humor tan british que se gasta Gervasio. Cualquiera que haya leído El secreto del Gazpacho sabe a lo que me refiero. Porque el humor es lo más difícil en la literatura; conseguir las risas lectoras es tarea compleja, un mecanismo que, si no lo dominas, puede llegar a ser cargante. Como que te estampas y te quedas sin boca. Y sin boca, como que no hay risas.
Por estas casualidades que tiene la vida, mi lectura coincide con la Feria del Libro de Madrid, toda una fiesta si no fuera por el intrusismo que irrumpe en las casetas y que tanto irrita. A mí me saca de quicio y al igual que el prota de la novela de Gervasio, hace tiempo que dejé de contar ovejas, cabritos y borregos para conciliar el sueño. Ahora lo que hago es recrearme en un fusil de mira telescópica por donde van pasando todos y cada uno de esos -y esas- que firman montonera de libros y que me provocan la arcada, trayéndome la bilis negra hasta la boca. Sólo hay que escucharlos hablar para darse cuenta de que su madre los dio a luz mediante parto rectal.
Al igual que el protagonista del libro de Gervasio, también deseo que alguno de esos intrusos superventas acaben con los sesos esparcidos por la caseta. Bang, bang. Y de esta manera tan gore, con el arranque de humor negro que trae la novela, entro en el sueño. No falla, es un buen método, aunque haya veces que me despierto en mitad de la noche empapado en sudor y creyéndome cocido en un caldo de cangrejos castradores. En fin.