Dice el Presidente del Gobierno que quiere un 2022 cargado de acuerdos, educación y también respeto en el debate entre las fuerzas políticas. Quizás pida demasiado. Este 2021 está lleno de momentos en los que nuestros políticos han dejado bastante que desear. Algunos, afortunadamente no todos, no son ejemplo para la sociedad a la que representan. Y nada hace pensar que vaya a cambiar. Casado ha hecho un balance nefasto de la gestión del Gobierno durante el año que dejamos. Está en su derecho de pensar lo que dice. Y de decir lo que piensa. El Partido Popular ejerce la oposición y el control que hace al Gobierno es necesario en democracia, al igual que hacen el resto de partidos políticos.

Lo que no ayuda tanto a la democracia es la afrenta gratuita, los exabruptos o las frases fuera de tono. Tampoco los insultos o las palabras gruesas. Y de todo eso hemos tenido bastante en el año que despedimos. La propia Presidenta del Congreso, Meritxell Batet, en su discurso navideño pidió a los 350 diputados que hagan acopio de buenos propósitos de comprensión, convivencia y voluntad de acuerdo para el próximo periodo de sesiones.

El año nuevo empezará con tarea para el Gobierno de coalición. La cuesta de febrero se adelanta un mes. Justo después de las vacaciones de Navidad, el Ministerio de Trabajo tendrá que fajarse para negociar la reforma laboral y conseguir los apoyos necesarios para su convalidación en el Congreso. El texto, pactado con los empresarios y los Sindicatos, no gusta a los socios de investidura de Sánchez pero el Gobierno no quiere cambiarlo para evitar que el pacto de los agentes sociales salte por los aires. Ciudadanos parece, esta vez, dispuesto a negociar con el Gobierno. Lo cierto es que su concepto de mercado laboral no tiene nada que ver con el que defiende la izquierda parlamentaria. Pero quizás Arrimadas necesite una estrategia para desmarcarse de Casado y coger algo de aliento, si es que le queda algo, de cara a 2022. Un año electoral que sin duda, marcará los discursos y las acciones de todos.

Unidas Podemos y el PSOE tienen también varios frentes abiertos en su convivencia en el Gobierno. Ambos tendrían que sacar adelante varias leyes pendientes que están en su acuerdo. La primera, la ley de vivienda. Tendría que haberse aprobado en el Consejo de Ministros antes de que acabara 2021. Tuvieron una intensa negociación y ahora el texto está pendiente de recibir el visto bueno del Consejo General del Poder Judicial. Un informe que no termina de llegar. Cuando la ley aterrice en el Congreso, el PSOE tendrá que pelear también para conseguir los apoyos necesarios. Ni tan siquiera Unidas Podemos comparte el texto, y los grupos de la investidura también creen que es insuficiente. A los socialistas, sus socios siempre le piden ir más allá. Ocurre lo mismo con la ley de Memoria democrática. Querían haberla aprobado en el Congreso antes del final de este 2021 pero sus planteamientos están tan alejados de los de ERC que han decidido aplazar su tramitación para no complicar otros asuntos como los Presupuestos.

El 2022 empieza también con el bloqueo para la renovación del Poder Judicial. Sánchez ha reconocido que es altamente improbable un acuerdo con el Partido Popular. Y lo cierto es que está bien que lo reconozca porque llevamos ya demasiados años mareando la perdiz sobre un acuerdo que nunca llega. Y teniendo en cuenta que este año hay varias citas con las urnas, no parece que Casado vaya a hacerse ninguna foto con el PSOE de Sánchez.

Y luego está la pandemia. Que dice Sánchez que es la prioridad absoluta mientras estemos inmersos en esta sexta ola. Tampoco los casi 90.000 muertos por coronavirus han conseguido unir a nuestros políticos. Y seguirán muriendo muchos más y tampoco les veremos unidos.

Así que mi consejo es que entre nosotros, los que votamos, sí nos respetemos, nos cuidemos y, a poder ser, busquemos aliados con los que llegar a acuerdos en nuestra vida diaria. Visto lo visto, vamos a tener que ser ejemplo para nuestros políticos. Lo contrario, no funciona.