Llevo días reflexionando, post 8M, sobre qué está pasando. La teoría nos dice que "el feminismo son olas, es normal que después de un avance tan potente, de revolucionar los cimientos del patriarcado, haya una respuesta, una contrarrevolución". Lo de "avance potente" ha sido en la calle porque precisamente lo que ha ocurrido es que todo el movimiento 8M desde 2018 no se ha materializado en las leyes, servicios públicos y reconocimiento que necesitamos. Y eso nos lleva a un hartazgo que a muchas nos paraliza.
"El feminismo es plural y diverso, es normal que haya división de opiniones". Por supuesto que no tenemos por qué pensar igual, tenemos un camino, una educación, unos valores, una realidad social y cultural. Y eso está bien. Pero ¿qué pasa cuando esas distintas opiniones nos llevan a confrontarnos en ataques, faltas de respeto y reproches constantes? Porque eso nos lleva a un cabreo que a muchas nos aleja de la lucha.
"El debate construye y enriquece el feminismo". Hasta cierto punto, pienso. Las feministas tenemos 364 días para debatir, para escucharnos, para repensar, para dividirnos si queréis, pero solo un día, solo un 8M al año para demostrar que estamos juntas, que lo que nos une es mucho más que lo que nos separa. Salgo el 8M y me niego a elegir entre una u otra manifestación, mientras me pregunto, ¿en qué nos favorece esta división?
Seguiremos divididas, como dice Cristina Fallarás, hasta que no tengamos más remedio que salir todas JUNTAS, cuando lleguen los recortes de derechos. ¿De verdad tenemos que esperar a eso?
La gente joven piensa que el feminismo está perjudicando a los varones. Pueden parecer datos abstractos, manipulados, condicionados por la mirada de quién los publica y quien los difunde, pero no. Estos mensajes están calando en la calle, en las familias y la gente joven los reproduce, convencidos de que están en la verdad. En una verdad cuyo foco es cargarse los avances en igualdad y derrocar al feminismo.
Hay terrenos que necesitan construirse con el debate, pero hay otros que no permiten discusión como los cuidados, la conciliación y la corresponsabilidad. A todas las mujeres y a todas las madres nos impacta, de una manera u otra, seas madre o no, la falta de conciliación. A unas nos hace renunciar a nuestras carreras, a otras les empuja a renunciar a la maternidad y a TODAS nos expulsa de un modelo social y laboral donde la maternidad y los cuidados no son reconocidos, donde no se protege la vida, el ser, lo reproductivo y mucho menos se respeta el tiempo propio.
Hay un dolor invisible, un malestar común de no llegar, de sentirnos insuficientes, miremos donde miremos, que nos tiene que DESPERTAR porque de la división de las feministas, de perdernos en debates, se nutre el poder para no legislar, para no protegernos y priorizar nuestras necesidades y, por supuesto, para olvidarnos.
Llevo diez años intentando luchar por aquello que nos une a TODAS las mujeres. Porque lo que nos une es más profundo. Porque lo que nos une nos hace más fuertes. Porque no podemos esperar a que llegue el tsunami antifeminista y nos arrastre pasos atrás en los derechos y espacios conquistados a todas las mujeres. No, no podemos permitirlo.
Juntas somos revolución.