Me contaron que a Rafael el Gallo, sentado un día ocioso en su sillón, su mozo de confianza le dijo: Maestro, ¿quié usté er periódico? El filósofo sevillano respondió: no, ya he cagao.
Hay consenso en que ese es el momento de lectura, pero no sólo. Antes de ser tan modernos, de viaje a la playa, parabas en la venta para descansar de los baches y evacuar. De aseos, nada, había que recorrer los exteriores por patinillos o corrales hasta donde se encontraba el excusado, bajo uralita. Una letrina de cuya pared pendían de una gran alcayata, los útiles de limpieza, a saber, un montón de hojas de periódico. Solían ser del ABC, por su formato tabloide, entonces sin grapas, sin competencia con otros de mayor formato que había que manipular. Para las urgencias sobrevenidas a campo abierto, una china.
No siempre hemos sido tan de papel higiénico ni de tanta demanda. En estos tiempos es mundial. Unos dicen que es el síndrome del 'missing out', yo me apunto a las teorías de la emulación. La gente no quiere que le coja el Apocalipsis sin el culo limpio, porque así piensa que lo van a esperar los ricos, con grifos áureos, bidés marmóreos y casitas con calefacción para perros. Soy más de la inspiración de Thorstein Veblen y su obra sobre la clase ociosa. Aunque Washington Irving no daba tampoco buena nota a las casas palaciegas sevillanas en estos lujos. Habría que volver a Roma o a los tiempos morunos para mejores tiempos higiénicos. Lo cierto es que, hoy, hay más papel higiénico disponible que periódicos en papel, y esa puede ser una explicación hispana propia. Cebrián se adelantó, quizá temiendo su triste destino.
Ni baños. Richard Ford que estuvo por aquí a mediados del XIX, cita el repelús hispánico por el agua y las palanganas, culpando a los frailes del rechazo popular, contrario a la costumbre patria de limpieza piadosa de judíos y musulmanes hispanos. Los hemerobaptistas, es decir, los que se lavaban a diario, eran tenidos por herejes. Dejó constancia, el 'cruel britón', de rumores; los ingleses iban a traer a Málaga -pionera-, gabinetes solitarios y excusados por donde el agua corría con un mecanismo mágico. Aun así, dudaba que la Inquisición no rechazara estas herejías antipapistas.
Este furor por el papel higiénico quizá sea el de los conversos, memoria del secano espiritual. Y eso que se inventó el papel higiénico, con fibras de aloe, en los EEUU, por aquellos años. Aquí, como innovación campestre, una penca de pita, previo depilado, servía; para los urbanitas, el periódico.
El periódico siempre estuvo por delante. Un veterano periodista defendía que la mejor página era la portada con fotos, más fina, arrascaba menos -lo que hubiera disfrutado-. Y vino el bidé que fue como llegar a la luna. Profesionalmente participé en debates eternos con la patronal sobre si tener bidé o no, debía contar para las estrellas hoteleras.
El líder cántabro Revilla ha tenido que soportar ácidas críticas por el parecido de sus mascarillas con el papel higiénico. Ingratos, eran de doble uso. El prócer norteño parece que ha pasado del cabildeo anchoero al celulósico.
Si el papel higiénico es solo un complejo compulsivo de pobre, El Gallo tenía razón ; ya reinó en sus tiempos sobre que la mejor utilidad para la prensa no era otra que para limpiarse el culo, y eso que no vivía en estos tiempos de pandemia mediática.