Hay medios de comunicación empecinados en degradar la ciencia. Quieren convertir la ciencia en prensa rosa, la divulgación científica en confabulaciones, los incidentes en norma, y ahora también pretenden reprobar el sistema de evaluación de la ciencia y el método científico. Son la máquina del fango de la ciencia.

Algunos de los científicos más reputados del país están sufriendo la persecución de la prensa. Se están revisando sus publicaciones científicas, sus citas, sus colaboraciones con otras universidades, centros de investigación y empresas en busca de supuestas anomalías para acusarles de fraude, de conflicto de interés o de mala praxis. Las secciones de ciencia cada vez se parecen más a lo peor de la prensa rosa.

La ciencia es un producto humano, y como tal está sujeto a errores que comenten personas. Igual que en cualquier trabajo, hay personas que no hacen las cosas bien y es de justicia fiscalizarlas. No obstante, la ciencia cuenta con un sistema que permite minimizar los errores y los fraudes. Empezando por los cimientos del método científico, que se basa en someter a prueba cualquier afirmación, y terminando por el sistema de revisión por pares, por el que los descubrimientos científicos no se hacen públicos hasta que otros científicos del mismo campo de conocimiento reproduzcan, revisen y den por válidos los resultados de la investigación. El sistema de la ciencia no es infalible, ni es perfecto, pero es el mejor sistema de verificación que existe. Por eso, los fraudes son excepciones, por mucho que algunos medios de comunicación se empeñen en difundir lo contrario.

Publicar textos en medios generalistas sobre las carencias del sistema de evaluación de la ciencia no es la manera de mejorarlo. Asuntos tan complejos, que requieren experiencia y un conocimiento profundo del sistema, se deben debatir en los foros adecuados –en asambleas y congresos científicos–, que es donde se han propuesto alternativas de mejora –por ejemplo, así fue cómo se adoptaron los criterios DORA para establecer mecanismos de evaluación más objetivos, precisos y justos–. Trasladar estos debates tan técnicos al público general solo genera confusión y sospechas sobre el funcionamiento de la ciencia. Todo esto, sumado a la persecución de científicos, está enturbiando la imagen de la ciencia y poniendo en cuestión el consenso científico, que es de lo más valioso que se ha creado.

Uno de los linchamientos más sonados fue el que sufrió el bioquímico López Otín, un prestigioso investigador del cáncer que acumula decenas de premios por su trabajo. Le acusaron de cometer unas supuestas irregularidades. El científico jamás cometió fraude alguno, y así lo ratificaron en la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de España. Pero el acoso al que fue sometido acabó causándole una depresión y obligándole a abandonar la carrera investigadora. El daño no solo se lo hicieron a él, sino a la ciencia en su conjunto. Aquella persecución comenzó a finales de 2018; desde entonces se han ido publicando cada vez más artículos en la misma línea, acusando de presunto fraude a universidades y a investigadores científicos –también con foto, nombre y apellidos–. Además del daño personal, la sospecha sembrada sobre estos científicos ha dejado sin financiación a algunos grupos de investigación, salpicando con fango todo lo que les rodea, e incluso han alterado las elecciones al rectorado de algunas universidades. Casos excepcionales, algunos probados y otros meras especulaciones, que están destruyendo la imagen de la ciencia y la confianza que se deposita en ella.

Esta máquina del fango contra la ciencia es la misma que da voz a lo peor de la divulgación científica, a los que buscan notoriedad a través del miedo, a los que acostumbran a hablar del 'lado oscuro' o de los 'engaños' de la industria alimentaria, farmacéutica, química… Saben que el sensacionalismo funciona, que las malas noticias captan más atención que las buenas, y participan del juego del fango a cambio de una pizca de notoriedad. Son el caballo de troya de la ciencia.

En ciencia producimos buenas noticias a diario. Ensanchamos el conocimiento, construimos cultura y encontramos soluciones a problemas de todo tipo, desde sanitarios a medioambientales. Sin embargo, cualquier incidente, cualquier alarma sanitaria, ocupa más espacio que las buenas noticias. Lo malo, por excepcional, por impactante, es lo único noticiable para ellos.

Con este panorama no es de extrañar que las encuestas de percepción social de la ciencia que se realizan en España presenten datos alarmantes: solo el 45,9 % de los españoles cree que los beneficios de la ciencia y la tecnología son mayores que sus perjuicios. Este fenómeno se conoce como efecto Frankenstein, que consiste en creer que la ciencia es más una amenaza que una fuente de bienestar.

He reflexionado mucho sobre qué es lo que pretenden conseguir despreciando la ciencia, enfangándola. Me temo que lo que realmente desprecian es la razón y el conocimiento. He llegado a la conclusión de que la máquina del fango contra la ciencia no tiene ningún propósito. No pretenden mejorar nada, no proponen nada, no ofrecen soluciones, solo quieren destruir. Son como termitas. La destrucción en sí misma es su alimento. Esta es una herencia más del movimiento posmoderno: destruir lo anterior por destruir, sin proponer ni construir nada en su lugar. Eso nos deja a los a los demás todo el trabajo. Limpiar el fango requiere de un esfuerzo mucho mayor que crearlo, tal y como apunta el 'principio de asimetría de la estupidez': "La cantidad de energía necesaria para refutar tonterías es un orden de magnitud mayor que la necesaria para producirlas". No solo tenemos que reconstruir lo que las termitas destruyen, sino que además tenemos que ser propositivos. Contra la máquina del fango solo hay una respuesta posible: seguir haciendo lo que hacemos, porque la ciencia seguirá siendo la luz del mundo.