El nuevo año se inaugura haciendo balance del viejo. Según cómo haya ido el año anterior el nuevo se afrontará con ánimo o desánimo. En la reunión con los amigos del 31 predominó el enfado. Destacaron el problema de acceso a la vivienda, los bajos salarios y la baja natalidad, el maquillaje de las cifras del paro y de la conciliación familiar, la normalización de la mentira, la desatendida desigualdad social, sexual y ante la ley, el disparatado precio de los alimentos y los automóviles, la destrucción de la industria y la pérdida de la soberanía energética y productiva, la crisis de la atención y del sistema educativo con su digitalización y su plurilingüismo idiotas.
Mi generación cumplió el pacto. Nuestros padres se rompieron el lomo para que sus hijos estudiasen. Somos una generación de licenciados que trabajaron para pagarse másteres y doctorados con la esperanza de vivir tranquilos. Pero el pacto de prosperidad se rompió. Mi generación emigró igual que tuvieron que hacerlo nuestros abuelos, a otros países o expulsados de sus barrios por la expansión del turismo indigente.
Sin embargo, en medio de esa vorágine de cabreo compartido, brilla un recoveco que alberga un optimismo sensato. Son las noticias de ciencia. Igual que cada año, algunas revistas científicas, aquellas en las que los científicos compartimos nuestros hallazgos con el resto de la comunidad investigadora, publican un recopilatorio con las mejores noticias del año. Gracias a la ciencia, el balance del año viejo adquirió una luz diferente. Es el año en el que logramos escuchar el estruendo de la fusión de agujeros negros gigantes.
Este año se produjeron grandes avances en disciplinas tan diferentes como la astrofísica, la geoquímica, las ciencias medioambientales, la biomedicina o la ingeniería informática. Uno de los hallazgos más sorprendentes ha sido que se encontraron grandes depósitos de hidrógeno natural en casi todos los continentes. En lugar de producir hidrógeno rompiendo moléculas de agua –para usarlo como vector energético o en la producción de combustibles sintéticos y fertilizantes– podríamos obtenerlo de almacenes naturales que están bajo los pies. Desde un punto de vista geoquímico es algo que escapa de toda convención. El hidrógeno es el elemento químico más pequeño, y además es muy reactivo, por eso está combinado con el oxígeno como agua o formando minerales. Aún no se sabe exactamente cómo puede haber hidrógeno bajo la corteza terrestre, pero sí se sabe que extraerlo de yacimientos naturales podría ser mucho más barato y sostenible que producirlo. Por esa razón ya hay varias grandes empresas y centros de investigación explorando yacimientos de hidrógeno. El hidrógeno natural se podría usar como fuente de energía primaria, como un nuevo combustible libre de emisiones de CO2.
Otro de los grandes hallazgos del año concierne a la Inteligencia Artificial. Lejos de las naderías que acaparan más titulares sobre esta disciplina, la Inteligencia Artificial es la mejor herramienta para asistir el diagnóstico médico, para optimizar recursos naturales y procesos industriales y, desde el año pasado, para hacer predicciones meteorológicas precisas a diez días vista en tan solo un par de segundos, con mucha menos sobrecarga computacional.
Este año se ha desarrollado la primera computadora a exaescala, capaz de realizar un quintillón de operaciones matemáticas por segundo. Esta nueva tecnología se puede usar tanto para pronósticos climáticos como para predecir las propiedades de los nuevos materiales. En la actualidad ya se está usando para simular cómo se forman y crecen los defectos en las aleaciones de magnesio, unos materiales ultraligeros para fabricar automóviles y aviones de bajo consumo de combustible.
Este año se dio luz verde al primer medicamento capaz de retrasar el declive cognitivo producido por el Alzheimer. Es un medicamento que destruye las placas de beta-amiloide que se acumulan en el cerebro. El medicamento no revierte los daños, pero sí ralentiza modestamente el avance de la enfermedad. Estos medicamentos, combinados con el diagnóstico precoz que se ha logrado gracias a la asistencia por Inteligencia Artificial, son un foco de esperanza para que esta enfermedad deje de ser una sentencia de muerte.
La investigación biomédica también nos ha dado este año una nueva vacuna contra la malaria, más barata y fácil de producir, que podría poner freno a la masacre infantil que conlleva esta enfermedad. También se ha desarrollado un fármaco para combatir la epidemia de obesidad, un medicamento que imita a la hormona del apetito, el glucagón, que regula la saciedad y además reduce el riesgo de infarto y otros accidentes cardiovasculares frecuentemente asociados a la obesidad.
2023 ha sido el año en el que científicos de todo el mundo se alzaron juntos por primera vez para exigir unas condiciones laborales dignas, sobre todo en lo que concierne a los inicios de la carrera investigadora, que en casi todo el mundo está sujeta a contratos intermitentes y de baja calidad, imposibles de compatibilizar con conseguir una vivienda estable o con la maternidad. Al final los problemas con los que lidian los investigadores científicos en esencia son los mismos con los que lidia cualquier otro profesional. Así que en este balance de año los científicos compartimos el desencanto y el enfado igual que cualquiera, pero al menos el fruto de nuestro trabajo es casi lo único que nos salva de la desesperanza. Lo bueno de la ciencia es precisamente eso, que año tras año nos proporciona un optimismo sensato.