En esta España nuestra todo el mundo que se forra sangrando a los que menos tienen intentan dar pena cuando tienen que ganar un poco menos. El día que entra en vigor la medida de la reducción de 20 céntimos por litro, de los que cinco céntimos se hacen cargo las estaciones de servicio, viene precedido de una sonora ristra de lloros, lamentos y quejíos por parte de los empresarios que llevan tiempo haciendo dinero a espuertas con las subidas del combustible.

El día del anuncio de la medida fui corriendo a consultar el precio de la gasolinera donde suelo repostar. Me temía que en los días previos a la puesta en marcha de la medida subiera el precio del combustible en la cuantía que las estaciones de servicio tendrían que afrontar. No me equivoqué, en solo dos días el precio subió justamente los cinco céntimos que tienen que asumir. El hecho, además de dejar en evidencia que de nada sirve una medida así sin control efectivo de los precios, dejaba claro que los empresarios de estas gasolineras low-cost tienen los mismos escrúpulos que aditivos sus combustibles.

La patronal de las gasolineras low-cost no solo no pidió perdón por subir los precios con el barril Brent más bajo que hace una semana sino que encima siguió llorando. La Asociación Nacional de Estaciones de Servicio Automáticas (Aesae) se quejó amargamente en un comunicado: "Los pequeños y medianos empresarios no podrán hacer frente al adelanto del importe necesario para acometer el descuento en el precio, a pesar del supuesto adelanto de liquidez que ha anunciado el Gobierno".

Los que nunca pierden estaban quejumbrosos porque tenían que dejar de ganar cinco céntimos por litro durante tres meses en un momento en el que el precio ronda los dos euros por litro. Pero para que los lloros sean creíble hay que transmitir que los dueños de las estaciones de servicio son autónomos o pobrecitos empresarios sin margen para acometer el descuento. Se intentó con los camioneros, haciendo pasar un paro patronal con una huelga.

Pero no cuela. La patronal llorona engloba a cadenas de suministro de combustible como Petroprix, Ballenoil o Petronoil. Los dueños están lejos de ser unos pobres autónomos o pequeños empresarios. No hay consejo de administración que no tenga representación en Franquismo S.A, y los de las gasolineras low-cost no son una excepción.

Los dueños de Plenoil son Leopoldo Pérez de Villaamil y Alfaro y Álvaro Sainz de Vicuña Bemberg entre otros grandes empresarios. El último nombre es especialmente interesante porque es uno de los más ricos del país, incluido en la lista FORBES en el puesto 50, y perteneciente a una saga de calado durante el franquismo. La familia tiene un patrimonio neto de 1.130 millones de euros gestionado a través del holding familiar radicado en Malta y que recibe el nombre de Arcona. Juan Manuel Sainz de Vicuña y Soriano, tío de los Sainz de Vicuña Bemberg, fue el encargado de traer Coca-Cola a España gracias a una concesión de Franco. El familiar de los Vicuña Bemberge, casado con una miembro de los Primo de Rivera, se encargó de repartir licencias para embotellar entre familias afines al régimen. Todo quedaba entre falangistas.

Cinco céntimos por litro. Los Vicuña Bemberg no están regateando cinco céntimos por litro desde sus holdings empresariales malteses que gestionan empresas aseguradores en Latinoamérica o farmacéuticas en EEUU. Estos días se está hablando de pacto de rentas para hacer asumible para todos los ciudadanos el coste del empobrecimiento que provoca unainflación del 9,8%. Todos sabemos que este aumento del coste de la vida solo empobrecerá a los que menos tienen mientras los ricos seguirán haciendo fortuna.

Los salarios no han subido el 6,5% que la inflación marcó a final de año, así que imaginen el desgaste que tendrá para las economías más débiles un encarecimiento de la vida del 10%. Todos sabemos que los pensionistas, asalariados y funcionarios no verán su salario subido en los niveles que marca el IPC en estos momentos si se mantiene así a final de año, pero los Vicuña Bemberg lloran porque no pueden rebajar cinco céntimos por litro el precio del combustible para seguir engordando su fortuna de más de 1.000 millones de de euros. Con los privilegiados no sirve negociar ni temporizar, solo expropiar beneficios y rentas.