Pedro Sánchez habló de efectos indeseados, quedándose corto, por el hecho de que con la nueva ley se produjeran reducciones de penas. Fue el clavo en el ataúd a la doctrina progresista de la justicia que considera que las penas tienen que ir orientadas a la reinserción dejando de lado la política de penas más duras. La victoria de la reacción se consolidó en el momento en el que se abandona la política propia para adoptar la del adversario, y es del adversario la política que considera que el aumento de penas es la política correcta.

El machismo es una doctrina moral y cultural, una ideología que lleva asociada comportamientos de dominación sobre la mujer que pueden tener concreciones delictivas como el abuso o la agresión. Ahondar en el debate punitivista, como se está haciendo tras la aprobación de una ley que se salía de este marco, impide que se categorice el problema real del machista y se circunscriba a un problema específico de algunos hombres alterados o locos, como si no actuasen imbuidos por el sistema machista patriarcal, o como si este pudiera ser eliminado metiéndolos en la cárcel y arrojando la llave. Como si el problema no fuera el sistema patriarcal, sino el de un comportamiento específico de algunos hombres. Un planteamiento antagónico al que lleva décadas denunciando el movimiento feminista.

El debate está viciado y convendría que dejaran de discutir y reconocieran los errores que en ningún caso están en el contenido de la ley, sino en la respuesta política que todos los actores en lidia han dado. Desde el presidente del Gobierno a la ministra de Igualdad. Existe un pecado original de renuncia o desconocimiento que aún no ha quedado claro. No sabemos si el gobierno aprobó una ley sin ser consciente de los efectos que causaría o siendo consciente, sin reconocerlo y renunciando a explicar y defender la ley desde el punto de vista de las garantías procesales y de protección para la víctima, que es precisamente el objetivo de poner el foco en el consentimiento.

La estrategia de comunicación disfuncional embarró el terreno de juego hasta difuminar las líneas marcadas centradas en el consentimiento para dibujar otras nuevas enfocadas en las penas. Podemos se enrocó con una soberbia insultante hacia todos los que informaban de reducciones de pena a agresores y violadores. Información que el partido calificó como propaganda machista primero sin haberse disculpado por esa declaración que fue aprovechada por sus enemigos para quebrar su credibilidad narrando cada caso que la ministra dijo que jamás se produciría. Aún no han reconocido un error tan evidente que fue contestado con otra huida hacia adelante. El problema entonces era la interpretación en favor de los reos de unos jueces fachas que aplicaban la ley de manera progresista reduciendo las penas de los reos. La paradoja de ver a jueces fachas aplicando la ley en línea con los preceptos ilustrados.

Los efectos indeseados en términos progresistas no son los expresados por los partidos de izquierda durante el debate público, son mucho más profundos y han creado una herida difícil de cerrar. Una de ellas, que no tiene nada que ver con la metedura de pata de Pilar Llop utilizada por Podemos para echar sal en la herida de los relatos de los socios y adversarios, ha sido la que ha provocado un desgaste tremendo en la coalición de izquierdas, que ha sido en términos generales muy exitosa en políticas progresistas. No son conscientes ambos partidos que las peleas y diferencias públicas tienen un enorme coste electoral que perjudica a ambos y provocará de forma irremisible la victoria en las elecciones próximas de la derecha y la extrema derecha.

Pero otro efecto indeseado, uno de los que es posible que no se pueda remendar y tiene aún más gravedad que una derrota electoral, es el de la quiebra profunda del movimiento más pujante que la izquierda ha tenido en años. El movimiento ganador de la izquierda en los últimos años fue el feminismo. El daño a la pujanza imparable del movimiento feminista que está tenido la pelea entre los actores de la izquierda en liza, por intereses políticos, parece irreparable. La unidad de acción feminista, que minimizó los debates internos que siempre han existido en un ejercicio de responsabilidad histórico para lograr arrasar al machismo, está rota. Esa herida interna la ha aprovechado la reacción para recuperar terreno ensanchando su gravedad y ganando terreno en la opinión pública de una forma que llevará tiempo curar.