Imaginen ustedes que juegan al Cluedo, ese juego de mesa mítico que consiste en buscar el asesino entre una serie de personajes usando el pensamiento inductivo. Hay una serie de personajes políticos y actores sociales en un tablero y Yolanda Díaz ha sido la víctima. La lógica deductiva diría que el PSOE, por competir por el mismo electorado, la derecha, por ser su adversario ideológico o la extrema derecha por odiar a todo lo que huele a rojerío. Luego está la propia izquierda, que por su propia conformación siempre tiene más querencia por el enemigo interno que por el que debe combatir unida. Lo normal será pensar en las grandes empresas o la patronal, en las élites, pero recuerden que el asesino nunca es el que lo parece a primera vista. Hay que seguir las pistas para ver quiénes quieren terminar con Yolanda Díaz, porque pueden ser todos o quien menos se espera.

Gabriel Rufián es uno de los que no disimula a la hora de elegir a Yolanda Díaz como su objetivo principal. Más allá de las críticas parlamentarias o de los tuits obsesivos contra la ministra de Trabajo está el día en que estuvo a punto de acabar con ella, quizás por eso, por ese fracaso, le cueste disimular. Yolanda Díaz estuvo muerta políticamente. La mataron sus socios, la mataron los suyos. Pero sobrevivió por una cuestión de puro azar. Por azar y por el despiste espirituoso de un diputado popular que salvó la votación y evitó que Yolanda Díaz dimitiera como ministra de Trabajo y dejara la carrera por liderar el espacio de la izquierda alternativa. Durante mucho tiempo se preguntaba a ERC y a Gabriel Rufián si no se arrepentían de su voto en contra de la reforma laboral viendo los beneficios que ahora está provocando la norma. La pregunta es incorrecta, porque pensamos que lo que estaba en cuestión era lo que respecta a la votación de la reforma laboral y no que era una apuesta calculada por quitarse de en medio a una rival política que tiene como prioridades las cuestiones materiales por encima de las del poder institucional. Tuvo cómplices en esa labor que nunca lo reconocerán, pero ese fracaso aún les escuece.

Hay muchos apoyos que son tan solo formas de quitarse a rivales con alto capital político. También son lugares para buscar al sospechoso. Elegir a alguien cuando el espacio está en disolución es una manera de acabar con quien no tienes en mucha estima. Es lo que hizo Albert Rivera con Inés Arrimadas, cargarle el muerto. A veces esos nombramientos se revuelven y consiguen sobrevivir, que se lo digan a Susana Díaz con Pedro Sánchez. A Yolanda Díaz la temen también muchos de su propio espacio político que ven disuelta su relevancia, puristas de izquierdas que consideran que la candidata no es lo suficientemente ambiciosa o que saben que no tienen el favor de la ministra para encontrar acomodo en sus listas electorales. No querer a Yolanda Díaz es igual que no querer a Victoria Rosell. No se entiende. Victoria Rosell sería una magnífica vocal del CGPJ, pero sería una aún mejor número 2 de Yolanda Díaz. Relegarla a un puesto irrelevante en una minoría judicial sería echar por tierra todo ese caudal político que puede ser aprovechado en la primera línea de acción. ¿Quién no querría que Victoria Rosell fuera ministra de Justicia en un gobierno de coalición de Sumar con el PSOE? ¿Quién podría negarse a eso en el espacio de la izquierda?

Yolanda Díaz tiene el apoyo sindical, algo que para una ministra de Trabajo tendría que ser un punto a favor cuando defiende los intereses de la clase trabajadora. Todas los ministros anteriores tenían el favor de la patronal y no se entiende que desde la izquierda se criticara que una ministra de trabajo progresista tenga el apoyo de las bases sindicales porque defienden los mismos intereses. Sumar no sabremos qué será ni si sobrevivirá a su propio intento de conformación. Habrá que seguir las pistas con atención para desencriptar quién quiere acabar con Yolanda Díaz.