Cada uno tiene sus razones a la hora de escoger colegio para sus hijos. Está la cercanía al centro, por ejemplo, lo que motivó a mi amiga Ana. La niña prácticamente se cae de la cama y ahí le esperan otros pequeños seres uniformados como ella con sus monjas también uniformadas. Su madre es atea, le importa más bien poco la religión católica pero chica, una busca comodidad y no va a estar haciendo kilómetros a lo tonto.

Están los principios, cualesquiera que sean. Mis padres me mandaron al Colegio de El Pilar a hacer COU porque era importante mezclarse con esas lanas merinas a la hora de hacer carrera en la vida. E ir a misa -que es de lo poco que conservo de esa época- malo no iba a ser, pensaban mis progenitores. Están las cooperativas, los privados, los públicos porque sí o porque es a lo que uno puede aspirar. Hay mil motivos, y no seré yo quien los juzgue. Bastante tengo con que los míos se descarrilen lo justo y se idioticen lo mínimo.

El colegio Virgen de Europa es un centro privado situado en Boadilla del Monte, el segundo municipio más rico de España. En su perfil de Twitter destaca que educa "en libertad y en valores". Ante este tipo de afirmaciones, una se pregunta si es que hay colegios que educan en esclavitud y sin ningún tipo de valores. Me pasa lo mismo con los que se autodenominan "defensores de la vida". ¿Acaso estaré yo defendiendo la muerte?

Vuelvo, que me despisto. Ese centro es hoy noticia porque se ha sabido que el juzgado de instrucción número 5 de Móstoles investiga a uno de sus profesores por un delito de tenencia y producción de pornografía infantil. Las víctimas son una decena de niñas de 12 años de ese centro escolar a las que el profesor, presuntamente, ha grabado en vídeo mientras se cambiaban de ropa para asistir a las clases de educación física. El docente, al parecer, era profesor de arte.

El colegio ha mandado un comunicado a los padres en los que piden disculpas a las familias de las víctimas, afirman que han cumplido con el protocolo del centro y que en todo momento están cumpliendo con lo que les pide la justicia. Además, solicitan que para proteger a esas niñas, a su entorno y a la propia reputación del colegio, en la medida de lo posible no se difundan datos ni informaciones no contrastadas.

Son estas unas peticiones que a una se le antojan casi imposibles, teniendo en cuenta lo que nos gusta un rumor, una distorsión, un "me han dicho que". Son estas unas informaciones en las que es facilísimo caer en el cliché. Es rapidísimo dibujar una etiqueta alrededor de este caso en la que se leen las palabras pijo, de derechas, mimados, padres a favor del pin parental, la expulsión inmediata de inmigrantes irregulares, negacionistas de cualquier tipo de mezcla de churras con sus merinas.

Y prácticamente decirles que tienen lo que se merecen. Que eso les pasa por negar la violencia machista, la igualdad, la brecha salarial, la pederastia en la iglesia católica. Inventos del feminismo, teorías locas que se elaboran otros padres en un chalet de Galapagar en cuanto los niños se duermen.

Somos de gatillo fácil, de juicio rápido y feroz. Y en tiempos en los que la empatía y el buenismo se han convertido en insultos, quizá convendría esperar. Esperar a que las investigaciones sigan su curso, en un ritmo mucho más lento del que va el periodismo. No digamos las redes sociales.

Porque me pongo en el lugar de esos padres, si hubiera un caso similar en el centro al que van los míos. No digamos si fuera el mismo centro en el que estudié yo. Al que me mandaron mis padres pensando en que ahí me educarían en valores y en libertad. Y me cuesta hacer mofa. Mucho menos chistes.

Pienso en esas niñas grabadas. En sus padres. En el resto de padres y el resto de alumnos del colegio. En el resto de profesores, quizá ahora bajo sospecha. Si son iguales que el expulsado. Si sabían y callaron.

Y por esta vez llevo la contraria al título de esta sección. Que veo, que oigo, y me callo. Porque toca esperar.