Acaban de terminar los exámenes del turno de mañana. Las aceras de la ciudad universitaria de la capital y el carril bici están ocupados por algunos aspirantes a ocupar alguna de sus aulas el curso que viene. "¡Qué puto calor, hace 31 grados!", grita por teléfono una de las recién examinadas. Y la mayoría hace lo mismo. Dar el parte a los más allegados sobre este primer día de EvAU en la Comunidad de Madrid, una prueba a la que se presentan 38.200 estudiantes, 300 alumnos más que el año pasado. Algo que no cambia con el paso del tiempo, aunque ahora las impresiones y el estado de ánimo se cuentan por el móvil y otros tuvimos que esperar hasta llegar a casa para comentar la jugada.

"Me han caído las dos que sabía", dice un adolescente de pelo imposible de domar. Cerca, dos amigas hablan sobre las dificultades del comentario de texto (el examen de Lengua Castellana y Literatura fue el primero de la mañana) y en un grupo mixto y más numeroso la voz cantante la lleva el más alto de todos, que cuenta como gran novedad algo que ha visto en un cartel colgado en las paredes de la universidad: "'La selectividad es un puto invento'. Lo ponía, ¡te lo juro!". El público no parece muy por la labor de aplaudir el hallazgo. Normal, hace 31 grados y es la hora de comer.

Aparece un chaval devorando un bocadillo de filete empanado envuelto en papel de aluminio. Un poco más allá, otro grupo de tres engulle bocadillos de tortilla de patata y empanada. Es la hora del descanso porque a las cuatro vuelven las preguntas y los nervios. Les esperan la prueba de Lengua y la de Inglés.

Algunos van camino de la boca de metro dándose collejas y empujones, sumergidos en una edad del pavo que parece no acabarse nunca. En las farolas del paseo, un cartel pegado con celo anuncia a “cristianos universitarios” y datos de contacto para los interesados en conocer el Evangelio. Hay profesores con cara de rutina que hablan de chavales de zonas conflictivas y también del hambre que tienen.

Una chica altísima habla por teléfono a voces. Lamenta su suerte esta mañana de lunes: "Cayó todo lo que sabía que iba a caer pero es que no me dio tiempo a aprenderlo". Otro grupo de chicos tampoco parece contento con las preguntas. "Como eso cayó el año pasado pensaba que esta vez no iba a caer", se excusa uno de ellos. Otro grupo, mucho más festivo, vacila al que luce una camiseta del Real Madrid de fútbol. El merengue se defiende de las acusaciones: "Oye que a Benzema yo nunca le he insultado, al menos mientras hemos ganado". Los amigos amagan con una cancioncita que le desea al jugador que vuelva a Lyon.

Voy en busca de dos chavales que reparten publicidad, pero ignoran mi presencia. Un claro caso de edadismo que me hace recordar que la última vez que salí de la misma parada de metro, también durante estos días de exámenes, me dieron una bolsa de plástico que incluía un tampón y una compresa. Yo hacía 26 años que había aprobado Selectividad, pero al menos aún me intuyeron fértil.

Una chica rubia con coleta larguísima comparte con sus amigas sus ganas de dormir algo de siesta. "Mi madre se ha empeñado en traerme y hemos salido a las seis y media de la mañana, pero estábamos aquí en diez minutos. No veas desde que llevo aquí", bromea. Una intuye que casi el mismo tiempo que los jóvenes que han montado un tenderete al lado del metro en el que venden camisetas (en una pone Stay rebel) y cuadernos con la frase: "No pasarán". Dentro del metro, un chico con vaqueros y camisa de rayas rosas y blancas cruza los tornos en busca del andén. Lleva una pulsera de tela con la bandera de España con las palabras División azul en negro.

En la línea seis de metro se escuchan bufidos, suspiros y se observa algún que otro morreo furtivo. Una pareja se despide en la parada de Moncloa y ella le pide a él que no olvide hacer matrices y ecuaciones. Cuando él sale del vagón, aconseja lo mismo a una amiga que la acompaña. "Si ya no puedo hacer más, hermana", se excusa la aludida. Aún tienen tiempo hasta el miércoles a las 9:30, hora del examen de Matemáticas.