Ni los surcoreanos saben nada de sus vecinos del norte, ni los del norte conocen cómo es la vida en el sur. Entre ambos existen miedos estereotipos, propaganda y un telón que rara vez deja ver lo que los otros hacen. La península de Corea, dividida por la guerra en la década de los cincuenta, ha mantenido ambos pueblos separados y en una tensión constante.
A un lado las mentiras de Kim Jong-un, de toda índole y tipo. Desde su educación en Europa a todo tren: lujosos colegios privados y una vida de asueto esperando al trono. Hasta los quiebros dinásticos que los Kim hicieron hasta la muerte de Kim Jong-il, padre del actual líder, quien también tuvo escarceos que se cuentan en el cómic y que dejaron una prole confusa —y a medio reconocer— a lo largo y ancho del mundo.
Al otro el recelo, las amenazas y la propaganda —porque haberla hayla en la Corea meridional, no se confundan— que convierte todo lo rojo en un síntoma de resquemor con aires septentrionales. Todo eso forma parte de Mi amigo Kim Jong-un, un libro que podríamos tildar de valiente, no tanto por lo que se cuenta sobre Pyongyang, sino por lo que se dirige hacia Seúl. Keum Suk Gendry-Kim aprovecha este cómic para algo más que poner a bailar el Gangnam Styleal líder supremo del Juche.
Un país en tiralíneas
Aquí también se habla de las dificultades de la reunificación, de la falta de información fluyendo hacia ambos lados y, sobre todo, de la posibilidad de que los coreanos puedan reunirse bajo una misma bandera, aunque faltase tela para tanto hijo pródigo. Lo hace entrevistando a sus protagonistas: exiliados, periodistas, expresidentes... y todo queda meridianamente claro. Porque solo falta el norte, quien desde su ausencia, de alguna forma, termina de completar el relato.

Más de 77 millones de habitantes tiene la península de Corea. Y entre ellos, una de las fronteras más vigiladas del mundo. La mal llamada zona de desmilitarización. Escrita así en cursiva sirve más al propósito de ser ese oxímoron entre los casi 1.670 kilómetros de tiralíneas de concertina que los estadounidenses ayudaron a pintar a los del sur allá por 1953.
Hay más de 77 millones de habitantes en la península de Corea y, entre ellos, una de las fronteras más vigiladas del mundo
Condescendencia y miedo
Al término del conflicto, los yanquis se quedaron y colaboraron en asentar aquello que ya exportaban a medio mundo y que quizás copiaron a los cristianos viejos de Castilla, buscando brujas donde solo había comunistas. Todavía hoy, el sur conserva ese acerbo anticomunista que se ha labrado a fuerza del miedo a la bomba atómica y las amenazas de sus vecinos.
La realidad es que a tan solo 12 kilómetros se miran las dos poblaciones más cercanas de ambos países. Desde una salen todos los exiliados que intentan cruzar esa frontera que les coloca instantáneamente 30 años en el futuro. Los otros miran con desconfianza a quienes les han enseñado a temer y, por qué no decirlo, a sentir algo de condescendencia por ser los primos pobretones.
'Mi amigo Kim Jong-un'
Mi amigo Kim Jong-un resulta en un ejercicio de honestidad poco habitual cuando tratamos estos menesteres. Ya lo hizo su autora con Hierba, ese insospechado superventas del cómic internacional que contaba con pelos, palos y señales las barbaridades que perpetraron los japoneses durante la ocupación de la península coreana.
Corea del Sur mantiene el anticomunismo labrado a fuerza de bombas atómicas y amenazas del Norte
Ahora lo hace con esta especie de texto que va de lo autobiográfico a lo periodístico y de vuelta a lo personal. Un cómic que deslumbra por el minimalismo de su propuesta, por lo didáctico y por conseguir convertir en 'amable' una realidad que sesgó una nación allá por el siglo pasado, con la esperanza de que no se perpetúe, en este, otros setenta años.