Yudori
Traducción: Albert Agut Iglesias
Editorial: Planeta Cómic
Año de publicación original: 2024
El imperio japonés se anexionó Corea en 1910. Durante 35 años, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, los japoneses dominaban en lo que se ha llamado la Ocupación Forzosa de Corea. En este escenario, dos figuras juveniles —Jun y Arisa— encarnan los temblores de una época convulsa, no desde el estruendo de la guerra o la política, sino desde el murmullo cotidiano de la transformación personal.
La repentina relación que surge entre Jun y Arisa se teje en silencio, en miradas furtivas, en roces tímidos
Jun, descendiente de una nobleza extinguida por la ocupación japonesa, y hundido en el desengaño de una sociedad que ha perdido su centro, observa cómo el mundo a su alrededor se descompone. Frente a él, Arisa, hija de la burguesía moderna, desafía con una sonrisa las normas que buscan encorsetarla: sus vestidos, sus gestos y su voz son actos de resistencia, formas de conquistar la libertad en una tierra que aún no la ha imaginado del todo.
Es el padre de Arisa, enriquecido por el comercio boyante con Occidente que vive Corea en esos años de ocupación, quien acoge a Jun en su casa como favor a su familia. La repentina relación que surge entre ambos se teje en silencio, en miradas furtivas, en roces tímidos que contienen más historia que los libros de texto.
Precisión y sensibilidad
En España ya conocimos a Yudori gracias a El cielo por conquistar, publicado también por Planeta Cómic: la historia de dos mujeres en la Holanda del siglo XVI. En aquella primera novela gráfica ya fuimos capaces de ver el talento de está artista coreana que ha vivido en Estados Unidos y ahora reside en Inglaterra
En Los hijos del imperio, Yudori no dirige su mirada hacia los acontecimientos históricos, sino hacia los detalles donde habita lo humano
En Los hijos del imperio, Yudori, fiel a su estilo, no dirige su mirada hacia los grandes acontecimientos históricos, sino hacia los detalles donde habita lo humano: el despertar del deseo, la tensión entre el deber y el querer, el modo en que dos adolescentes se buscan mientras el mundo que los rodea parece desmoronarse. El amor, en este contexto, no es una evasión, sino un espejo: un espacio donde se reflejan las fisuras de un tiempo incierto.
Gráficamente, Los hijos del imperio es una obra que respira elegancia. Desde su encuadernación, que imita los libros antiguos de tela, hasta la estructura de las viñetas, cuidada al detalle, la novela gráfica propone una experiencia visual que acompaña y potencia su narrativa. Yudori dibuja con la precisión de un orfebre y la sensibilidad de una poeta: cada trazo parece cargado de intención, cada página es una ventana a un tiempo suspendido entre lo real y lo soñado.
La paleta de colores es contenida, delicada, y juega a favor de una ambientación realista que jamás abruma. Cuando sus personajes visten nuevas ropas, el dibujo no solo las muestra: las celebra. Vestidos, bordados y pliegues son retratados con una devoción que roza lo ceremonial, convirtiendo cada atuendo en una declaración de identidad. Estas escenas, que podrían parecer superficiales, se vuelven momentos de profunda carga emocional: la moda, aquí, es lenguaje, es grito, es afirmación.
Vestidos, bordados y pliegues son retratados con una devoción que roza lo ceremonial
Aunque en algunos momentos su estilo introduce ciertas simplificaciones formales, primando gestos por encima de fondos, no se pierde jamás la coherencia estética general, dominada por una femineidad sofisticada que evita caer en el exceso.
En su conjunto, esta primera entrega de Los hijos del imperio se despliega como un fresco visual de notable belleza, más volcado en la atmósfera y en la exploración emocional que en la narrativa histórica. Yudori no busca ilustrar el pasado con objetividad, sino traducirlo en sensaciones, en vibraciones, en pequeñas revoluciones personales.
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